Xavier Velasco
La tarde del domingo seduce a los suicidas y ensombrece a los niños que detestan la escuela. Por oscuros motivos emparentados con el equilibrio cósmico, la mañana del lunes tiene un peso específico mayor sobre los hombros del terrícola promedio. La del jueves es noche de cómplices, nadie quiere contar lo que hizo en esas horas de hedonismo traidor. En un miércoles cabe cualquier cosa, los buenos viernes comienzan en miércoles. Ni el mediodía de un lunes asfixiante pesa tanto como una noche de sábado a solas. El primer lunes de cada año se llega hasta la noche con piolet o muletas. Contra lo que los tristes prefieren asumir, la del domingo suele ser la mejor noche de la semana, sólo que uno la desperdicia durmiendo. Ciertos martes el universo amanece inflado de una rara ligereza. El jueves tiene un magnetismo especial sobre los malamados intrépidos. Aun si nadie lo cree, hay pervertidos que van al supermercado en plena madrugada del sábado. Pocas fiestas ocurren durante la noche del lunes al martes; si alguna se prolonga, nadie la olvidará. Cada tarde de viernes se parece a una fuga masiva, sólo un sino fatal explica que estén todos de vuelta para el lunes. Morir durante el fin de semana supone una salida triunfal, aunque estorbosa para el elenco vivo. Hay quienes creen que las personas felices son aquellas que se desvelan en miércoles. Existe cierta dosis de vanidad hedionda en esa extravagante propensión de los virtuosos a desmañanarse cada día festivo. Por regla general, los lunes de diciembre contienen más pimienta que los viernes de enero. El encuentro casual entre un domingo y un lunes feriado produce la impresión de doble o triple domingo seguida por un martes con sabor de lunes. Los licántropos tímidos experimentan culpa cuando vuelven a casa al comienzo de un martes y encuentran al vecino realizando ejercicios matutinos: Se me murió una tía, declaran con las gafas recién puestas. Si la revisa uno escrupulosamente, descubrirá que en la mañana del viernes caben varios minutos de quince segundos. Matemáticamente es improbable que un lunes pueda ser el mejor día en la vida de nadie, pero a más de uno le ha sucedido y cuentan que creían flotar en uno de esos sábados jupiterianos cuyas noche se extienden igual que las caricias de un fantasma invocado intensamente. Por lo demás, las matemáticas trabajan poco en lunes: las variables tienen su día de asueto y las constantes no se dan abasto (¿será que aquella rara luminosidad que tienen ciertos martes se explica solamente a partir del retorno de las variables a las horas hábiles?). Un suicida que llega vivo al martes probablemente sea un chantajista. Un niño que se finge muy enfermo para no ir a la escuela tiene el poder de transformar al lunes en unas vacaciones de verano. Que los días de la semana tengan su nombre propio e intransferible nos hace inevitablemente supersticiosos. Puede uno llegar lejos con una mujer a la que conoció en viernes, pero sólo hasta ciertas alturas del sábado. Es decir que de haberse conocido en la aridez oceánica de un lunes, seguramente nunca se habrían dejado.