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Declaración (a falta) de principios

Por 23 de julio de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Me han sugerido que la deje ya, pero pasa que no me da la gana. O mejor, que la gana me da en sentido muy contrario. Me dicen que es nociva y embustera, que lo mío es adicción y lo suyo un abuso, que hace tiempo no tengo los pies sobre la tierra y no hace bien volar con alas prestadas… Los pobres no imaginan que cada una de sus graves advertencias no hace sino empujarme hacia esos ojos tóxicos y alucinógenos sin los cuales la vida me parece un negocio de animales rastreros peleando en pos de un trozo de carroña. Ya sé que hay un Gran Premio para quien sigue el Instructivo a la letra; lástima que el castigo se me antoje más. Qué quieren que les diga, no encuentro peor augurio que un buen consejo.

No pretendo minar el justo aprecio que otros puedan sentir por el Instructivo; cuestiono solamente su pretendida universalidad, pues así como es cierto que dos más dos dan cuatro, no menos verdad es que de pronto dan cinco, o hasta seis. ¿Que si puedo probarlo? Por supuesto que no: la parte apasionante de la vida es, aún y por fortuna, aquella que no acepta ser probada. Valga decir, la zona improbable. No se puede probar el odio, ni el amor, pero tampoco ayuda negarlos. Según el Instructivo, la afición por una mujer imposible no puede conducir a nada bueno. ¿Qué sabe el Instructivo del suntuoso deleite de hacerse el mal con una tal por cual?

  —Qué bonito, colega, ¿habla de mí? —sólo quien ha caído en el sortilegio de una mujer imposible sabe apreciar la tenue diferencia entre un desdén coqueto y un guiño arrepentido. Afrodita del Carmen administra unos y otros con destreza de diva, fragilidad de ninfa y colmillo de golfa: tres de las aptitudes a evitar, según el Instructivo.

Cuando la realidad comete el despropósito de contradecirnos en los labios de una amante imposible, lo que hace es invitarnos a sacarla del juego y sustituirla por otra realidad mejor, o en todo caso un tanto más elástica. Porque en casos como estos la cordura es lo que primero y más alegremente se pierde —¿o será que se invierte?— con tal de que la amante improcedente no se mueva del nicho donde uno la subió, en ese territorio soberano donde sólo la subjetividad más arbitraria se aparece objetiva y balanceada. Todo el amor se mueve en estas tierras, y desde siempre el arte y el gusto por lo inútil van tras él: me basta esa coartada para dar a Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels, musa de profesión y capataz de oficio, el crédito que tantas chicas buenas no alcanzan a obtener siguiendo religiosamente el Instructivo.

  —¿Ve por qué no me gustan las frases amorosas, coleguita? Al final, nunca estoy segura de que no me insultaron entre flor y flor. Casi-casi me dice que estoy aquí de musa porque soy un fracaso como mesalina…

  —¿Yo dije eso, Afrodita? Si así fuera, también habría dicho que, en cambio, eres un éxito como mussolina.

  —Se lo advierto, colega: deje en paz a mis clásicos.

  —¿Intentas persuadirme de que no eres un ángel? —no está entre las prerrogativas de una mujer imposible manchar su propia imagen ante quien turbulentamente la desea, pues una vez que dos más dos dan cinco la mayor evidencia semeja el mayor fraude.

  —La verdad, me conformaría con persuadirlo de que no me ande haciendo esa famita ñoña y todavía peor: improductiva. ¿Ya se puso a pensar que sus frases de amor me arruinan el humor, tal vez porque ya daban repelús en la era Travolta? Soy una musa dura y dominante, no una fan tardía de José Luis Perales. Ubíquese, colega: I’m only happy when it rains —a mí también me gusta declarar que sólo soy feliz cuando llueve, aunque un rato de sol tampoco cae mal. A veces, cuando Afrodita insiste en hacer llover, siento alguna nostalgia por el Instructivo y hasta la tentación de cualquier día seguirlo, nada más por el lujo de hacerla rabiar.

  —¡A callar, Caperuza vestida de Vampirella! —le grité, aprovechando la inminencia del renglón final, y temiendo que habría sido más justo, y de hecho más realista, llamarle Vampirella injertada en Betty Boop.

¿Quién no cree en Betty Boop, por el humor de Dios?

(A la grata memoria de Jesús de Polanco,
por tampoco seguir el Instructivo.)

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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