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De tímido a taimado / I

Por 24 de octubre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

I. La extroversión anónima.

"Es que es muy tímido", reza la vieja excusa que alcanza por igual para justificar arrogancia, estupidez, ruindad o ñoñería, cualidades curiosamente afines a la introversión. No es que sea uno el que parece escandalosamente ser, sino que no se atreve a manifestarse como en realidad es. Vive, pues, emboscado tras las carencias que sus miedos engendran. Colecciona complejos y es cliente frecuente de los rencores raudos. Sólo le reconforta saberse facultado para cualquier locura, un día de estos van a enterarse todos con quién tratan.

     Debo de haber pasado la mitad de la adolescencia sometido a las reglas de ese club pusilánime al cual se pertenece con la cabeza gacha de vergüenza. A veces, cuando andaba solo por las calles, me entretenía mirando fijamente a cada transeúnte, hasta que conseguía intimidarlo con esa clase de ojos impertinentes que en general sólo muestran los niños. Eran los únicos que me costaba trabajo dominar, algunos sostenían la mirada por minutos. Los adultos, en cambio, en un par de segundos me esquivaban. ¿Cómo podía explicarles que aquellos ejercicios antisociales eran el solo desafío que hasta entonces había conseguido inventarme para plantarle cara a la timidez? Bajar de un autobús con la certeza de haber vencido las miradas de la totalidad de sus ocupantes, sin experimentar vergüenza alguna porque ya había hecho concha a ese respecto, me daba una torcida sensación de victoria. No me atrevía a saludar a la vecina que tanto me gustaba, menos aún a mirarla a los ojos, pero debía de haber centenares de extraños que ya me habían tachado de insolente.

     Había algún consuelo en ser considerado un bicho despreciable por personas que no iba a volver a ver. Era un placer mezquino y acobardado, como el del viejo lúbrico que mira descaradamente los escotes, las piernas, los traseros y murmura vocablos libidinosos, entre jadeos teatrales y pujidos cinematográficos. "¿Qué me ves, güey?", escuché alguna vez de labios del chofer, luego de desafiarlo con aquella mirada de niño entrometido, y sin más me hice el loco. "Pinche escuincle ladilla", me dijo todavía. Seguí sin hacer caso, ya le gritaría algo en cuanto me bajara. ¿Qué dirían quienes nomás conocen al tímido, me preguntaba en casos como ese, si supieran que soy capaz de mirar a la gente como un perturbado, o asomarme a las faldas de las pasajeras sin preocuparme que me descubran, y de hecho intentándolo? ¿No era de esa manera, por cierto, como los dizque tímidos se convertían en violadores potenciales?

     Para el tímido, todo exceso de confianza es poco más que un simulacro de estupro. A los extrovertidos les divierte provocar a los tímidos. No es que sean ingeniosos, es sólo que no temen quedar mal. Pero habíamos tímidos que teníamos un plan. Si me han de avergonzar, me decía cuando lograba andar a solas por la calle, prefiero adelantármeles. Se me caía la cara de vergüenza la tarde que el empleado de seguridad me sacó a empujones del Liverpool Polanco por mirar piernas bajo la escalera eléctrica, pero aguantarlo me hacía extrañamente fuerte. Mi cara, al fin, seguía en su lugar. Se sentía algo más dura, por cierto. Cada vez que mi madre me etiquetaba como tímido, pensaba en la sonrisa que le había plantado a la empleada de Liverpool que me acusó. Un tímido no hace eso, me decía, orgulloso de conocer de memoria el trecho que separa al pudor del cinismo. Apenas unos pasos, pero en diversos pisos…

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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