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De íntimo kodachrome

Por 27 de marzo de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Si creyera en aquella burrada de ingenioso barniz según la cual "una imagen dice más que mil palabras", andaría por la vida cargando una cámara. Quien haya pergeñado ese eslogan con ínfulas de proverbio poco o nada sabrá de la delicia que es encerrarse a acomodar un millar de palabras retobonas. Cuando hacía publicidad -si hubiera de elegir una imagen ideal para ilustrar estas tres palabras, usaría la de una sierva sexual en el retiro- solía escuchar máximas de este tipo, con las cuales podía uno salvar o echar abajo una determinada idea. Dos de ellas me gustaban. De hecho, deberían formar parte del catecismo elemental de cualquier escritor o fotógrafo, toda vez que una y otra son aplicables a los dos quehaceres, y a su modo a cualquier tarea estética:

     1. Escribe con imágenes, ilustra con palabras.

     2. Si ya lo has visto antes, no hagas click.

     En mil palabras caben varias decenas de imágenes, y hasta cientos, si se escribe un poema. Palabras de sabores, olores y colores diferentes, de pesos y medidas tan variables como formas habrá de combinarlas, de duración y resonancia configurable de acuerdo a los conjuros exigidos, de hondura elástica y casi siempre alta temperatura (se habla o se escribe, al fin, para romper el hielo). Escribir con imágenes no es trazar dibujitos insulsos -que es como a mí me salen los dibujitos- y acaso explicativos, sino pujar, sudar y desvivirse por el puro deseo de traer a la luz algo que es más que imagen o palabra. Algo que duele o arde o punza o peturba o desvela o o fascina o perfora o somete o hechiza, o todo al mismo tiempo, si es posible. Algo que parece alguien, de repente. Algo que sólo puede existir de una manera exacta, que sin embargo vemos aún borrosa y es preciso encontrarla de entre tantas variables concebibles. Cual si más que una imagen fuera un espíritu y hubiera que llamarlo a puros gritos en medio de una noche chocarrera.

     Se está desamparado entre tantos fantasmas. Afortunadamente, de eso se trataba. Darse a acomodar uno o varios millares de palabras supone una afición al desamparo que bien puede expresarse en otra máxima, por lo común sarcástica y sin embargo cierta y comprobable como las mismas leyes de Newton, sólo que en territorios del placer. Así, lo que en la burocracia nos parece execrable lo exigimos en la literatura:

     3. ¿Para qué hacer las cosas fáciles, cuando podemos hacerlas difíciles?

     No se sienta uno a escribir una historia pensando en resolver sus problemas, sino antes y encima de eso en hacerlos crecer y multiplicarse. Inventarse acertijos que desembocan en nuevos acertijos, y éstos en otros más, de forma que al final se invoca a un extravío similar al de aquellos intrépidos cósmicos que desafiaron a la psilocibina y se preguntan ya, a media turbamulta sensorial, si les será posible regresar. Por eso nos da risa el necio petulante para quien escribir es "cosa fácil", cuando la verdadera gracia de intentarlo está en hacerlo endemoniadamente difícil. No es en la libertad, sino en la restricción donde quien narra encuentra el cuerpo del deleite. La fórmula es antigua, como el deseo: entre menos se pueda, más se querrá.

     No hay palabra que valga por mil imágenes, pero hay varias que se cotizan en un click. Nunca sabemos en dónde buscarlas, aunque de pronto se aparecen solas y uno sencillamente sabe que son ellas, como quien llamó a un alma en la distancia y reconoce ya su inconfundible pálpito. Conjura con plegarias, predica con espectros, pienso en parafrasear, preguntándome si ésta podría ser tal vez la imagen final, cuando de pronto escucho la música secreta de un botón que hizo click.

     Y amén.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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