Xavier Velasco
Se saben feos, y aun así se pasean por la vida con inexplicable orgullo. Creen que son glamorosos, además, como le pasa a aquellos narcisistas que viven a la moda consigo mismos. Se les ve siempre airados, cobradores, cargados de razones hechas en casa: sus documentos de identidad. Según ellos, están totalmente justificados, aun cuando con frecuencia pecan de abstractos. Podría incluso decirse que los celos son, entre más abstractos, más concretos, y ello los hace verse en el espejo como esos chicos sesudos y solícitos sin cuya generosa ponzoña pecaría uno de ingenuo en esta vida.
Nadie quiere vivir con ellos, menos aún con quienes acostumbran padecerlos. ¿Cómo explicar entonces que en ciertas situaciones aborrecibles resulten bienvenidos como un sicario que se jura a nuestro servicio? ¿Por qué les damos todas esas facilidades para llenarnos la cabeza de su veneno pútrido y cancerígeno? ¿Y si fuera porque su sola presencia nos recuerda que estamos vivos y jugando a la ruleta? ¿Qué no daría el solitario vitalicio por ser de cuando en cuando aguijoneado por celos de verdad? Y ahí está el escozor: no los queremos pero vamos tras ellos, o en todo caso vienen tras nosotros y nos dejamos alcanzar como unos principiantes. Ahora bien, ante los celos todos somos principiantes.
¿Alguien recuerda las últimas lágrimas de Hillary Rodham Clinton? Hay quien piensa que fueron por estricta ambición decepcionada, pero sólo hay que oír hablar a su marido -"el más negro de los presidentes blancos", le llaman sus adeptos memoriosos a Bill Clinton- para entender la clase de celos con los que el matrimonio tiene que cargar, pues a leguas se ve que no soportan ser menos negros que Barack Obama. Si los republicanos se pelean por aplastar inmigrantes, hoy los demócratas han apostado a ver quién es más negro; quedarse atrás en tamaña carrera les dejará un regusto a celos irrevocable. Y ya lo dijo el Soberano de Las Vegas: We can’t go on together with suspicious minds.
Hay quienes piensan que Barack Obama -"Barry" en su juventud- no es suficientemente oscuro. De poco vale que en su temprana mocedad pareciera antes un miembro de los Jackson Five que un futuro candidato a la presidencia de su país, pues de acuerdo a los radicales de la negritud su ascendencia parcialmente blanca no alcanza para hacerlo digno de confianza entre los brothers. Más oscuro que nunca, el consorte de Hillary llegó a insinuar que el rival de su esposa siente nostalgia por Ronald Reagan, blanco entre los blancos. ¿Y quién, sino un celoso desenfrenado, es capaz de llegar tan lejos en la pura especulación precoz?
Francamente, a Bill Clinton lo prefiero sin celos y a solas. Vamos, era infinitamente más simpático cuando dormía en la sala con el perro, mientras Hillary y Chelsea se reponían del huracán Lewinsky, que contagió de celos a media humanidad. ¿Qué hace este hombre que toca el sax y fuma mariguana sin aspirarla convertido en un blanco celoso y renegado? Por lo demás, quienes hemos sentido el látigo de los celos agudos encontramos pueriles los celos de los Clinton, que quisieran ser negros y no lo consiguen.
Malcolm X se quejaba de los negros afectos a alaciarse el pelo para parecer blancos ante todos, menos ante los blancos de origen, varios de los cuales se habrán pitorreado de sus empeños. Hoy la risa ha cambiado de bando, y ya los brothers quieren ver rapear a la mulata Hillary y el zambo William, en su camino de regreso hacia la Casa Blanca, que a estas alturas tendría que ir mudando de color.
No suena mal: The Black House. Y ya entrados en gastos, The Funky House. Cualquier cosa con tal de no seguir pensando en celos. Que ya se sabe, son muy pegajosos. Pobrecito Barack: yo en su lugar ya traería la melena lacia y rubia. Sólo por darles celos a los de enfrente.