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Bingo, Ringo

Por 5 de mayo de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

"I always followed my heart, and I never missed a beat."

Ringo Starr, Liverpool 8

 

No podría traducir el epígrafe aquí presente sin echar a perder la deliciosa ambigüedad de su contenido. Más que un epígrafe, parece el epitafio a la medida exacta de su autor. Hay que haber sido el baterista de los Beatles para estar a la altura de una lápida así, pero al cabo ninguno tenemos prisa por ver llegar la hora de efectuar esos trámites. Cuando quería ser estrella de rock, me imaginaba con la guitarra colgando hasta los muslos, no protegido tras la batería; ignoraba que no es tanto en las cuerdas como entre los tambores y platillos que late el corazón de la banda.

     Quienes hemos deseado ser músicos, aunque no con la determinación indispensable para conseguirlo, difícilmente renunciamos del todo a esa meta difusa y envidiable que permite seguirle el ritmo a la vida sin preocuparse demasiado por ella. Narrarla y que te narre, al mismo tiempo. Obedecer al ritmo y al color de las palabras, más todavía que a su significado estricto. Dejarse ir con el tam-tam interno, que tan bajo prestigio tiene entre los miedosos. Expresarse en latidos, suscribirse a la precisión cardíaca y creer que sin instrumentos puede uno replicar a golpe de palabra el efecto de varios redobles concatenados.

     Los bateristas tienen fama de gaznápiros. Se dice, por ejemplo, que quien se expresa a golpes difícilmente puede articular ideas. O que para saber si la tarima del escenario está derecha basta con observar que el de la batería babea por ambas comisuras labiales. Dudo, no obstante, que mi sistema operativo sirva para diferenciar y reproducir los múltiples latidos de toda una canción sin que nervios y huesos procedan a enredarse. ¿Que la mano derecha cuente una historia mientras la izquierda se entretiene en otra y los pies a su vez narran las suyas? Ni hablar, seguro que me trabo.

     Corría noviembre del 2004 cuando hubo aquella clínica de batería, a cargo del ilustre Billy Cobham. Era la tarde de un domingo helado en París, iba con ella abordo de una scooter, sus brazos enganchados en mi cintura, nuestros ritmos cardíacos saltando juntos con la misma canción. Tras cincuenta minutos de Billy Cobham, estar de nuevo sobre esas dos ruedas era como estrenar corazones, o de menos sacarlos del taller. Billy Cobham no ayuda a pensar, ni pensar hace bien al escucharlo. Hay, en cambio, un pensar sin pensar, a fuerza de latidos y ciertas intuiciones sordomudas, a cuyos lomos suele galoparse lejos.

     No siempre se es consciente del trabajo del baterista. Es ardid conocido del corazón hacer lo suyo más allá del celo vigilante del cerebro, que en este y otros casos suele ser arrogante y paranoico. Luego de ver un par de días atrás, entre la carcajada y el entrañable asombro, una regocijante entrevista de Dave Stewart con Ringo Starr en HBO, entiende uno que hasta el mismo Lennon citara a Ringo como el corazón de la banda. El más sabio, al final; el menos maltratado y el más disoluto. El que jamás se hizo la fama de juicioso, ni paró de seguir al corazón, ni se atrevió a perder un solo beat. La prueba última de que en este cochino mundo puede vivirse bien con el hígado tenso y el cerebro torcido, pero nunca sin un corazón alegre. De entonces hasta hoy, tocar la batería es un poco jugar a ser Ringo. Y escribir ojalá que también.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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