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Abismo y magnetismo / II

Por 14 de noviembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

II. Calamidad a modo. 

¿Va a quedarse en París?, pregunta la mujer en la orilla final del túnel que conecta al avión con la terminal aérea. Asientes, todavía esperando que la funcionaria de aduanas te devuelva inmediatamente el pasaporte y te deje seguir tu camino. No pocas veces te has preguntado por qué los pasajeros de un avión se comportan con esa urgencia compulsiva una vez que lo sienten detenerse. Permanecen de pie a medio pasillo durante largos y nerviosos minutos, como si así lograran salir más rápido, y hasta hay quienes te miran con displicencia cuando te tiras entre dos asientos e incluso te acurrucas, esperando. Pero ahora tienes prisa. Ya tres cuartos de avión fueron desalojados y sólo te detiene la funcionaria. Son las ocho y media de la mañana en mitad de noviembre del 2008, ¿qué se cree esta mujer para tenerte ahí, como su prisionero? ¿Quién le ha dado el derecho para hurgar en tu porta-pasaporte, extraer los papeles y tratar de leerlos?

     Calma, te dices aun a medio berrinche. Ya todos se largaron y tú sigues ahí, detrás de la guardiana que por algún motivo te juzgó sospechoso. Hace unos pocos años, le habrías armado ya una escena que te tendría al borde de la deportación, pero has hecho una cita con París y estás dispuesto a ser razonable, por más que esta fulana se empeñe en arruinarte el día desde temprano. ¿Ya me va a devolver mi pasaporte?, le preguntas con el francés titubeante de quien nunca acabó de estudiarlo, creyendo inútilmente que esa torpeza pondrá el acento sobre tu inocencia. Aunque el punto es que no te crees inocente, será por eso que no te rebelas cuando vuelves a preguntar y no obtienes respuesta. Te preguntas de pronto por qué te escogió a ti de entre todos los pasajeros del avión, como en los años niños te preguntabas por qué la mala suerte venía siempre detrás, bruja malvada.

     Te gustaría pensar que éste es un privilegio para quien cuenta historias, pero vuelve la prisa y te desespera. Se supone que alguien te espera afuera, podría ser que al salir ya no estuviera allí. Al cruzar migración, la mujer se apodera otra vez del pasaporte y miras hacia arriba, nada más, resistiendo la tentación de arrebatárselo. ¿Por qué a mí?, le preguntas, y ella entonces te mira y escupe un ¿Por qué no? que le devuelve entero su pequeño poder. Lo que Dostoievski llamaba el entusiasmo administrativo. Imposible ignorar su satisfacción cuando, con toda la pachorra del universo, revisa una por una las cinco o seis maletas que aún quedan en la banda, deseosa de enterarse que traes alguna otra aparte de la tuya, llena de sabrá el diablo qué substancias infames.

     Si sólo te dijera por qué te eligió, te darías por más que bien servido. La miras registrar tu equipaje con avidez y minuciosidad, lo cual implica deshacerlo entero y volverlo a meter de cualquier forma. ¿Por qué yo?, te preguntas con resignación, ya no como la víctima de su miopía sino desde el pellejo del narrador. ¿Habrá acaso un manual, un curso, un decálogo que permite al agente aduanal reconocer los principales signos que identifican al maleante de entre la gente honesta? ¿Es en realidad miope su apreciación, o puede ver en ti ese magnetismo que desde siempre arrastras y llama a los problemas por nombre y apellido? Si al menos te dijera la razón, saldrías del aeropuerto Charles de Gaulle pertrechado de alguna información valiosa.

     Cuando al fin te libera, la duda sigue allí. ¿Por qué yo y no el siguiente, o el anterior, o cualquiera, carajo? Imposible saberlo, pero al cabo ya tienes algo que contar. La vida siempre te parece mejor cuando encuentras que hay algo digno de ser narrado, así te haga pedazos el buen ánimo. ¿Y si fuera eso lo que la mujer vio? ¿Y si al final te hubiese hecho un favor? Cuando se abre la puerta, respiras aliviado porque aún esta allí el chofer con tu nombre en el cartón. No han ni subido al coche y ya le estás contando la pequeña historia.

     No eliges a la vida; ella te elige a ti.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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