
Víctor Gómez Pin
André Malraux, tan comprometido en su juventud con las causas más nobles de la vida política de su tiempo -la defensa de la República española entre ellas- pero sinuoso y ambiguo en su madurez, y acabando por ser llanamente reaccionario en su crepúsculo, coincidente con responsabilidades de ministro, no dejó sin embargo nunca de considerar que algo en el arte trascendía las vicisitudes miserables de la vida de los hombres y aún de los pueblos, que en el arte cada uno de nosotros tenía la oportunidad de reconciliarse con su humanidad.
Corolario de lo que precede es el escritor en particular y el artista en general está sin duda atravesado por cierta pulsión a traspasar los límites, una pulsión de infinitud. Sí, en el arte y el pensamiento hay quizás realmente un rescoldo de esa inmanencia de lo infinito en lo finito que Hegel creía discernir en el mero "amor del hombre por la naturaleza, por su familia, por su patria". Receptáculos todos ellos bien sospechosos para algo tan elevado, si consideramos el cúmulo de falacias, miserias y hasta atrocidades que la erección en deidad de cada una de las tres abstracciones ha supuesto: los valores familia y patria del abominable régimen del general Petain venían precedidos en el eslogan por el valor trabajo, pero podrían encontrar complemento en esa naturaleza tan venerada por los jóvenes cachorros de régimen nacional-socialista, como lo sería más tarde por sus émulos falangistas (reducidos, eso sí, a la hora de expresar sus líricas emociones a la caricatura plagiada del canto a miríficas montañas nevadas…desde tierras de secano); naturaleza venerada asimismo hoy en día por todos aquellos que, impotentes para transformar un orden social que convierte sus vidas en un escandaloso simulacro (simulacro de los lazos afectivos, del trabajo, del sentimiento de colectividad), sustituyen a veces la causa auténticamente ecológica en pos de un entorno armonioso, es decir, humanizado, por la causa de una Tierra virginal, eventualmente despojada de testigo humano, causa que se erige en un nuevo ideario religioso. Religión ciertamente sin catedrales, lo cual deprimía, en los días en que llevaba con enorme dignidad la conciencia de su inminente fin, a mi amigo Ferrán Lobo, nostálgico entonces de la catedral de Chartres y de los versos de Peguy, nostálgico en suma de algún tipo de veracidad, y concretamente de algún tipo de veracidad en relación a la obra de arte, que desearía ver como la plasmación de las exigencias radicales del espíritu.