Víctor Gómez Pin
Si el día no hubiera transcurrido en pura pérdida, el espíritu del Narrador se hubiera enriquecido, como enriquecidos en saber se considera a los ancianos (al menos en esas sociedades que no practican cortes horizontales que separan las generaciones, relegando a los viejos al aparcadero de las residencias llamadas de tercera edad). Pues hay efectiva contraposición entre el tiempo del lenguaje y el tiempo de la naturaleza, physis de los griegos. Cuando lo que prima es la metáfora, el tiempo es otro, y sus éxtasis no se hallan jerarquizados. De ahí lo terrible de que el universo del espíritu sea abandonado. No basta entonces decir que ya nuestra vida es tiempo, ha de decirse que es el tiempo de las bestias y el tiempo de los minerales, un tiempo que, de darse en exclusiva, supone una suerte de regresión que, para todo aquel en quien perdure un rescoldo de humanidad, ha de provocar no sólo horror sino también una suerte de reacción moral.
Pues si la naturaleza sometida a las leyes de la termodinámica es a la vez nuestro origen y destino, no es sin embargo cierto que constituya nuestra esencia. El espíritu piensa a través del lenguaje, y tal pensar es otra cosa que meramente subsistir, otra cosa que evitar, mediante vínculo con fuentes exteriores de energía, que se acelere el proceso de porosidad. Tal subsistir resulta en las bestias de un instinto, mas también de azarosas combinaciones compatibles con las leyes de la termodinámica; en el mundo mineral sólo reina lo segundo. En ambos el tiempo acaba doblegando todo, sin la menor resistencia. Sólo en los hombres algo se revela, sólo en los hombres el tiempo de la physis, el segundo principio de la termodinámica, quizás no legisle de forma absoluta.