
Víctor Gómez Pin
Desde 1907, con 36 años de edad, y hasta prácticamente su muerte en 1922, Marcel Proust vivió recluido en un apartamento del parisino boulevard Haussmann, entregado, como es bien sabido, casi en exclusiva a la redacción de A la Récherche du Temps Perdu. La determinación es brutal, como lo indica el siguiente párrafo del Narrador (protagonista principal de la obra) en relación a cuál sería su actitud en el caso de que conocidos o amigos le importunaran:
"Cierto es que tenía la intención de volver a vivir en la soledad desde el día siguiente, aunque esta vez con un fin. Ni en mi casa permitiría que fueran a verme en los momentos de trabajo, pues el deber de hacer mi obra se imponía al de ser cortés y hasta al de ser bueno. Desde luego insistirían…ahora que la labor de la jornada o de sus vidas se había agotado…Pero tendría el valor de contestar a los que vinieran a verme o me llamaran que tenía una cita urgente, capital conmigo mismo…Y sin embargo, como hay poca relación entre nuestro yo verdadero y el otro, por el homónimato y el cuerpo común en ambos, la abnegación que nos hace sacrificar los deberes más fáciles , incluso los placeres, a los demás les parece egoísmo." (Traducción de Pedro Salinas, Alianza Editorial 1998 p.350)
Las cenas mundanas a las que es invitado son denominadas por el Narrador "festín de bárbaros" en el que proliferan las más estériles "conversaciones humanitarias, patrióticas, humanísticas y metafísicas".
Tal radicalidad en la denuncia de los falsos deberes, tal identificación de hipocresía y ritual moral convencional, se encuentra en muchos lugares de la Recherche. Marcel Proust parece obsesionado en denunciar la falacia lo puramente aparente de aquellos que "interrumpen su trabajo a fin de recibir a un amigo que sufre, aceptar una función pública o escribir artículos propagandísticos"
Quisiera, respecto de todo esto, formular una sencilla pregunta: ¿qué procura a Marcel Proust la fuerza para entregarse con tal radicalidad a un proyecto que supone prácticamente el abandono de la vida social? La respuesta es obvia: Marcel Proust tiene en mente un libro, un libro que ha de preparar "con continuos reagrupamientos de fuerzas, como una ofensiva, soportarlo como una fatiga, aceptarlo como una regla construirlo como una iglesia ,seguirlo como un régimen vencerlo como un obstáculo, conquistarlo como una amistad sobrealimentarlo como a un niño, crearlo como un mundo". (ídem pp.403-404)
Marcel Proust ha de escribir un libro singular, cuya mera proyección constituye la escuela más sobria de vida y en cuyo logro o fracaso reside el criterio del juicio final:
"Un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos, ni siquiera colaborar con nosotros por eso ¡cuántos renuncian a escribirlo¡ ¡Cuántas tareas asumen con tal de renunciar a ésa¡ Cada acontecimiento, sea el affaire Dreyfus, sea la guerra proporciona la excusa para no descifrar ese libro; quieren asegurar el triunfo del derecho, quieren rehacer la unidad moral de la nación, no tienen tiempo de pensar en la escritura. Pero no son más que excusas, excusas que en el arte no figuran, pues en el arte no cuentan las intenciones…El arte es lo más real que existe, la escuela más austera dela vida y el verdadero juicio final." (p.277)
La exaltación de Marcel Proust respecto del libro que se dispone a escribir no radica en otra cosa que en una confianza en la capacidad legitimadora y redentora de ese material último de toda construcción humana que es la palabra. Marcel Prosa busca en su apartamento del Boulevard Haussmann el reencuentro con una dimensión de nuestro ser que no se haya marcada por la finitud. Marcel Proust confía, en suma, en que la fragilidad y la finitud del mundo no son óbice para que, a través de la admirable potencia del lenguaje haya siempre algo nuevo a expresar. Confía asimismo en que habrá lugar para una recreación de lo ya expresado con intervención de nuevas palabras, palabras que sólo el lenguaje mismo impone y que por consiguiente convierten al escritor en un simple heraldo o mensajero.