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Sepulcros blanqueados

Por 24 de julio de 2024 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Sois semejantes a sepulcros blanqueados que, se muestran hermosos por fuera; pero dentro sólo encierran huesos de muertos e impureza.» (Mateo, 23-27).

Marlow, narrador protagonista en la obra de Conrad “El corazón de las tinieblas”, evoca este pasaje bíblico como preámbulo de su toma de contacto con una compañía colonial en la hoy capital de la Unión Europea.

«Llegué a una ciudad que siempre me hace pensar en un sepulcro blanqueado. Prejuicio por mi parte sin duda. No tuve dificultad en encontrar las oficinas de la compañía. Era lo más grandioso de la ciudad”.

La compañía que tan singular presencia tiene en » la ciudad sepulcral» (así será denominada por el autor en lo sucesivo) es la “Societé Anonyme Belge pour le Commerce du Haut – Congo”, en esa época en dura competencia con la holandesa “Nieuwe Afrikaansche Handels- Vennoostchap”.

Comentaristas de la obra de Conrad señalan que un simple delegado principal de una de estas compañías tenía autoridad sobre un distrito que podría suponer la superficie de Bélgica y Holanda reunidas; distrito en el cual su poder sobre las poblaciones locales era absoluto, con imposiciones bajo forma de trabajo, entrega de marfil, etcétera, y castigos tremendos en caso de resistencia.  En un momento del relato se evoca el ideario que justificaría la expansión en tierras africanas: “Cada estación de la compañía debe ser un faro en el camino hacia mejorar las cosas, un centro de comercio, sin duda, pero también un marco de humanización, progreso, instrucción”.  Todo ello en conformidad al espíritu de la “Asociatión Internationale pour l’ Exploration et la Civilisation en Afrique” que presidía el propio soberano belga Leopold II.

El triunfo del fariseísmo, en cualquiera de sus modalidades, pasa porque el protagonista no sea meramente hipócrita. Sea cual el objetivo valor moral de su acción efectiva, el fariseo ha de tener la satisfacción subjetiva de responder a lo único de lo que pueden estar satisfecho, a saber, hallarse del buen lado. Pues, en ausencia de riqueza afectiva o creativa, estar del buen lado es el último y único Bien que sustenta su satisfacción, Sólo se permite a sí mismo – ¡y de hecho se exige! – contar entre los buenos.  El resto de su existencia es obediencia, obediencia no vivida subjetivamente como tal, sino como expresión de la propia inclinación; obediencia oscura y, en consecuencia, oscuro resentimiento.

Implacables, los que están del buen lado arrojan a los díscolos a las “tinieblas exteriores”. Arrojar a la tiniebla, a veces consiste simplemente en empujar a los arcenes del espacio considerado limpio, eficiente y moralmente correcto. Es entonces literalmente la suficiencia del fariseo bíblico tan frecuente en nuestros pagos: “Gracias te doy Señor por no ser como ese”.

Pero en el caso de la narración de Conrad, lo que se arroja a la tiniebla son las costumbres, las creencias y hasta las lenguas propias de poblaciones enteras, consideradas como ajenas a la humanidad y en consecuencia susceptibles de ser extirpadas hasta la transformación (“civilización”) de aquellos que las siente como el propio ser.  Pero si la dignificación es falaz, sin embargo, la miseria y destrucción que sus impulsores generan es bien real. En su periplo por los dominios congoleños de Leopoldo II, el narrador de la novela de Conrad, intentando cobijarse por un momento en la sombra de los árboles vecinos a una suerte de cantera, descubre el destino de aquellos que ya no son aptos para trabajar en la misma:

“Agachados, tumbados, sentados entre los árboles, aferrados a la tierra, medio difuminados en la penumbra, expresaban todas las actitudes de sufrimiento, abandono y desesperación (…) Este era el lugar al que se habían retirado para morir. Morían lentamente, no eran enemigos, no eran criminales, no eran ya seres terrestres, eran sombras de enfermedad e inanición, yaciendo confusamente en la penumbra verdosa”.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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