Víctor Gómez Pin
Sin duda podría dar a José Lázaro una respuesta evasiva, diciendo que la pregunta sobre el grado de subjetividad vale para cualquier interpretación de una obra literaria o filosófica. Valdría incluso para una teoría científica: baste evocar la multiplicidad de interpretaciones la Mecánica Cuántica, todas ellas sustentadas en las mismas previsiones y en los mismos datos empíricos, y sin embargo radicalmente divergentes en el registro filosófico.
Es obvio que en terrenos de hermenéutica no hay objetividad absoluta que valga, que la frontera entre lo que dice el intérprete y lo que quiso indicar el autor es muy tenue, y ello aun sin tener en cuenta que, muy a menudo, el texto refleja más bien exigencias o fantasmas ocultos del autor que intenciones conscientes del mismo. En suma:
Es imposible saber lo que quiso decir Marcel Proust al escribir esta obra "tan extensa como Las mil y una noches". Pero ello no es óbice para que a partir de ese texto, en el que tantos lectores han creído encontrar un espejo de su realidad interior, quepa extraer argumentos para la defensa de una tesis, que encierra el embrión de una ética. (obviamente José Lázaro está legitimado para preguntarme hasta qué punto Proust ha sido una mera coartada).
La tesis es que la gran literatura libera al lenguaje de esa reducción a mero instrumento que caracteriza su uso cotidiano. La gran literatura convierte en evidencia el hecho de que el lenguaje, lejos de constituir un simple código de señales, un utensilio en la lucha del animal humano por la conservación individual y específica, es la esencia misma de dicho animal, de tal manera que la fertilidad del lenguaje (su recreación en la forja de frases jamás anteriormente contempladas por ejemplo) constituye la muestra de la realización del propio ser humano.
La ética se desprende directamente de la tesis: si la fertilización del lenguaje equivale a fertilización del ser humano, si la causa del lenguaje y la causa del hombre se confunden, entonces la primera exigencia, el primer deber para con nuestra especie, es luchar por liberar aquello que posibilita la asunción por cada individuo de su condición lingüística, lo cual pasa por abolir todo lo que la dificulta, en primer lugar las estructuras sociales en las cuales, para la inmensa mayoría de los humanos, la problemática esencial se reduce a la lucha por la subsistencia.
Pero no sólo en el registro colectivo o político encuentra el ser humano resistencia en el combate por asumirse como ser cabalmente de lenguaje. Para proseguir una existencia extraviada en la pasividad, para renunciar a la lucha esencial consigo mismo que supone todo acto de conocimiento y todo acto de simbolización, para que en uno la vida del espíritu sea sustituida por la iteración de prejuicios, hay todo una panoplia de justificaciones imaginarias, de falsos deberes pero verdaderas coartadas, que las páginas de la Recherche estigmatizan una y otra vez bajo el nombre de pereza. Esa pereza por la que La Recherche pareció a los ojos del mismo Narrador (más o meno confundido con la persona del propio escritor) una promesa eternamente diferida. Volveré sobre ambos extremos.