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Recto hilo

Por 18 de junio de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Cuando en 1948 Claude Levi-Strauss presenta la tesis doctoral en la que mostraba la verdadera esencia de las relaciones de parentesco, hasta entonces confundidas con formas contingentes que el parentesco puede adoptar, una de las cuales, sólo una, tiene base en la comunidad de ancestros, se abría una puerta que permitiría relativizar el peso de ciertas estructuras abusivamente consideradas casi como universales antropológicos. Por dar un ejemplo provocativo: es perfectamente concebible el relevo generacional y la plena transmisión de la palabra en ausencia de los modos de organización que designamos con los vocablos "familia" o "estado", pero no es concebible tal cosa en ausencia de las estructuras básicas de lo que designamos por "música". Así pues, si queremos garantizar universales antropológicos, es decir, condiciones de posibilidad del perdurar de nuestra especie, mejor haríamos en defender la música que en hacer nuestras las tesis del primado Rouco (1).
Mas si ciertas instituciones han podido usurpar lo que para el ser humano es más caro, lo que garantiza el perdurar de su singularidad entre las especies animales, es porque en algunos de sus rasgos responden plenamente a lo universal, perturbado ciertamente en tal embalaje, pero abriéndose camino a través del mismo. Si la Naturaleza de Horacio (evocada por Freud) retorna en la furca misma con la que se intenta expulsarla, se diría que el espíritu (el conjunto unificado de facultades compartido por los seres de razón y de lenguaje) consigue desplegarse a través de los expedientes que intentan sino abolirlo, al menos canalizarlo o cercenarlo.

 

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Una mujer de treinta y siete años, italiana del mezzogiorno, que había realizado estudios humanísticos en una universidad del Norte vive hoy en una ciudad extranjera, también vapuleada por la crisis, que busca paliativo en el turismo. Trabaja esta mujer tres días por semana en un establecimiento que es a la vez tienda y bar, atendiendo con una consideración que raya la ternura al grupo de parroquianos, jubilados o próximos a serlo, que confieren calor a un local que, sin ellos, se vería condenado a ser un eslabón más en el cansino deambular de los grupos de turistas. Pronto regresará por unas semanas a su localidad natal para contraer matrimonio, y me lo comunicaba mientras me alargaba "para acompañar al vino" un cartucho con unos pastelillos salados con los que uno de los habituales acababa de obsequiarla. La tremenda y profunda serenidad, la afirmación vital que emanaba de esta mujer, que poco antes me exponía su pesar por haberse visto obligada a abandonar sus estudios, su comprensiva sonrisa al escuchar las fantasiosas discusiones de los huéspedes, los chistes que olvidan a veces haber ya contado o sus recuerdos sublimados del pasado de la ciudad… Esta cotidianidad tan trivial como verídica me hizo sentir que el poder económico e ideológico que envuelve nuestras vidas no consigue impregnar el fondo, no deja de ser un armazón superficial, una superestructura.
La situación me retrotrajo a la vivida hace muchos años, en la adolescencia y en pleno Franquismo, cuando llegado al atardecer en autostop a un pueblo almeriense fronterizo con Murcia y decidir pasar allí la noche, compartí largas horas en la taberna vecina a la fonda, con los habituales del lugar. Tuve entonces la certeza de que una dictadura política era impotente a doblegar lo esencial de lo que forja el trato entre los hombres. Sentimiento que se repitió después ( siendo ya estudiante en París) en un pueblecito de una Grecia aun con la sombra del régimen de los coroneles, pesadilla política que de ninguna manera había logrado hacer de los griegos seres apagados. Aprendí entonces a amar una Grecia concreta, como en aquella estancia en el pueblecito de Velez Rubio, tuve enorme cariño por España, un España en la antítesis de la parodia castiza de los que veces han usurpado su nombre y que tantas veces se presta (con toda la estupidez del mundo) a servir de coartada a quienes, polarizados frente a ella, confunden a veces la dignidad de su propia identidad con el repudio del otro.
Hay en las relaciones entre los hombres un "recto hilo", una urdimbre simbólica esencial que mantiene con firmeza la trama de las costumbres, lazos vinculantes, ritos y fiestas que los poderes intentan canalizar con múltiples expedientes, los cuales al final se revelan impotentes. Lo esencialmente festivo en el día que se apresta a vivir esta mujer italiana está sólo encubierto por los ropajes del vínculo convencional y por el proyecto de constitución de una célula familiar. Por ello la crítica frente a estos ropajes sólo tiene sentido con vistas a, con mayor vigor, reivindicar lo que subyace. Por dar sin ambages un ejemplo: el repudio de la canalización de los lazos por la estructura parental ha de apuntar precisamente a una radical reivindicación de la fertilidad y del ciclo de las generaciones, condición no sólo del perdurar de la humanidad, sino del bien vivir compartido.
Me hablaban unos amigos vascos de que el reciente fallecimiento de una anciana fue aun ocasión de una auténtica fiesta de despedida, con los allegados y familiares desplazándose hasta el lugar dónde por reiterada voluntad de la fallecida deberían ser esparcidas sus cenizas. Quizás no es siquiera cierto que la muerte es lo más duro. Lo duro es tanto vivir como morir allí donde, con los ritos y costumbres a los que arriba me refería falta el sentimiento de fraternidad, sin el cual no es posible la posibilidad de fiesta y de afirmación, falta simplemente el bien vivir como falta el buen morir, en estas nuestras sociedades marcadas por la separación horizontal en las generaciones, configurada emblemáticamente en el apagamiento de la vida en esos espacios sin referencia, literalmente desarraigados, que son los contemporáneos tanatorios.

 

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(1) Otra cosa es que las degradadas condiciones socio-económicas conviertan a las entidades sociales defendidas por éste (desde la familia tradicional a las instituciones de caridad) en consuelo de afligidos. Pero ha de quedar claro que se trata de una aflicción no inherente a la organización de los hombres, sino de una aflicción contingente, resultado de un mal evitable, mal insoportable que ha de mover a la rebelión, pues si el hombre se revela plenamente cuando mantiene su entereza ante el mal trágico, no es su destino asumir con pasividad el mal innecesario.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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