Víctor Gómez Pin
Esta interrogación de resonancias aristotélicas es planteada por Heidegger indirectamente en múltiples textos, y directamente en un seminario de 1940, es decir, cuando la ciencia había dado ya pie a lo que en otro lugar en estas mismas reflexiones califico de "mayor subversión" en la historia de las concepciones del ente. Heidegger sabe perfectamente que el trabajo de algunos de sus contemporáneos hace imposible seguir siendo fieles a la convicción según la cual hay un mundo sometido a leyes objetivas que determinan su devenir, con total independencia de que eventualmente tales leyes fueran observadas, archivadas y sistematizadas por un ser inteligente y susceptible de hacer previsiones.
Heidegger no se refiere- explícitamente al menos- a estos debates en el seno de la ciencia. Pero es obvio que sin ellos habría menor receptividad a su propia interrogación, no se vería la necesidad de replantear la cuestión de la Physis. Como casi todas las grandes novedades en la historia del pensamiento indisociablemente filosófico y científico, todo empieza con la observación de unos hechos que llaman la atención, en razón de que chocan con una creencia establecida. Empieza concretamente con el modelo de átomo que en 1911 había presentado Rutheford (según el cual el átomo se haya constituido por una masiva zona de carga positiva en el centro y circundándola una segunda de carga negativa) y la tentativa, efectuada por Bohr en 1913, de aplicación de tal modelo al átomo de hidrógeno (reducido a un protón en el centro y un único electrón en la periferia). La aporía consiste en que según el modelo, las radiaciones del átomo de hidrógeno, deberían ser continuas, cuando en realidad sólo se comprueban empíricamente radiaciones discretas, lo cual constituye una violación de las leyes clásicas de la electricidad y del magnetismo. En esta reflexión, que quisiera ser estrictamente filosófico-ontológica, parece imprescindible sintetizar los hechos empíricamente constatados y los debates teóricos que, hace ya casi un siglo, dieron lugar a que una teoría física discretice o cuantifique la naturaleza elemental, esa naturaleza que es condición de la más compleja que constituye la vida y a fortiori, de la naturaleza que, en el hombre, toma forma de palabra.
La intelección cabal del asunto exigirá sin embargo remontarse mucho más atrás, intentando determinar cuales son los rasgos que, de Aristóteles a Einstein, parecían ser los propios de la naturaleza elemental, pero cuya omniaplicabilidad o universalidad la Mecánica Cuántica ha venido precisamente a poner en entredicho. En suma: para adentrarse en el concepto de naturaleza que surge de las grandes teorizaciones del siglo veinte es necesario tener bien claro el concepto de naturaleza que estas teorizaciones subvierten. A ello dedicaré los textos inmediatos. Para hacer perceptible la trascendencia filosófica de lo que se dirime, baste recordar que la teoría de los múltiples mundos con la que empecé esta reflexión (y que reencontraremos llegado el momento) es entre otras cosas una tentativa de escapar a algunas de las implicaciones que para el concepto de naturaleza tiene la Mecánica Cuántica. Dicho abruptamente: la tesis de que se dan múltiples epifanías de la naturaleza de siempre (determinada en su comportamiento y devenir por leyes no dependientes de sujeto alguno) puede parecer menos chocante que la de aceptar una naturaleza tal como la interpretación canónica de la Mecánica Cuántica nos la presenta. O aun: para algunos más valen múltiples mundos como el de siempre que un único mundo canónicamente cuántico.