Víctor Gómez Pin
En lo que precede he evocado un problema central pero que no debe aparecer sino mucho más tarde en esta reflexión, a saber el problema del grado de independencia con respecto a sus propias construcciones de aquellos conceptos con los cuales el hombre se aproxima al entorno e intenta dar cuenta del mismo, ya sea de forma ingenua (eventualmente mágica), ya sea bajo esa forma que hoy identificamos a la ciencia.
La sospecha sobre aquellas determinaciones conceptuales que parecen legitimadas por una apariencia de obviedad, es cuando menos filosóficamente sana, salud sobre la cual la disposición cartesiana sigue constituyendo la referencia paradigmática. Sin embargo esta sospecha no puede, metodológicamente al menos, ser exhaustiva. No podemos rechazar por ausencia de carácter apodíctico todos los conceptos y categorías que sustentan el edificio convencional de la ciencia…al menos de renunciar a todo conocimiento, conformándonos con un instalación escéptica en la aleatoriedad de los fenómenos. Indicaba Aristóteles que la simple percepción implica ya para nosotros una modalidad de juicio y en consecuencia la operatividad de las categorías que recubren los conceptos aplicables como predicados de un sujeto. Sin orden categorial no habría juicios y sin juicio no podríamos reconocer nada en el entorno ,cabría someramente argumentar. Pues bien:
Entre los conceptos a los que no podemos renunciar está el tan general que en castellano designamos mediante el significante cosa. La pregunta por la cosa es en sí mismo problemática. Si nos preguntamos qué es el caballo o el electrón del átomo de hidrógeno, remitimos en la respuesta a conceptos genéricos (animal, partícula ), y a rasgos específicos que los sobredeterminan (vertebrado, mamífero; carga negativa, ubicación periférica en el seno del átomo). El asunto es más complejo si nos preguntamos por el ser del hombre, pues habría quizás que incluir en la respuesta la condición de matriz exclusiva del binomio mismo interrogación-respuesta. Pero si, como quieren tantos reduccionistas, hacemos abstracción de tal circularidad (sólo provisionalmente, pues precisamente la disciplina científica contemporánea que aquí en primer lugar nos ocupa no autoriza a ello), podemos resolver el expediente diciendo que el hombre es un animal con una determinada configuración genómica.
No hay sin embargo manera de encontrar fácil expediente si lo que nos motiva es la pregunta por la cosa. Pues el complemento en la eventual respuesta, "cosa es…" remite ya de alguna manera a lo preguntado.
Útil es al respecto, como tantas veces, recurrir a la etimología de la palabra, la cual indica que si bien en un sentido restringido cosa es aquello que como ser inanimado se opone a lo viviente (con énfasis en el viviente humano), en un sentido esencial cosa no sólo abarca tanto aquello que tiene entidad material ( viviente o inanimada, dependiente sólo del azar y la necesidad o forjada por el hombre) como aquello que es puramente eidético o abstracto, sino que constituye incluso la matriz de todo ello, como indica su vínculo con el término latino causa.
La pregunta por la cosa es la pregunta por lo originario, que no puede ser respondida remitiendo a lo que de tal origen deriva. La pregunta por la cosa es en cierto modo la pregunta por la physis, la pregunta por la naturaleza, siempre que este término sea tomado en la amplitud de su riqueza y no circunscrito a aquello que se muestra ante el ser de razón como su origen preexistente y que subsistiría con toda independencia de esta misma razón que la interpela. La pregunta por la cosa es en suma la pregunta por el ser de todo aquello a lo que atribuimos una naturaleza, con el esencial presupuesto de que también atribuimos una naturaleza al ser humano.