
Víctor Gómez Pin
Un momento más tarde, el Narrador evoca ese su momento de sollozos en Combray como "una suerte de pubertad del dolor, una emancipación de las lágrimas". Yo diría más bien: nacimiento de las lágrimas, como nacimiento de la guerra y aun de la paz, nacimiento de todo aquello que es distintivo de la condición humana y sin lo cual no se hubiera dado ese admirable edificio, ya sea amenazado de ruina, esa torre cimentada en la disposición a encontrar la voz originaria y erigida palmo a palmo con las vidas inmoladas en el esfuerzo mismo por alcanzar tal objetivo.
«Cuanto dolor supone la canción más sencilla, cuanto sollozo exige un sonar de guitarra. (Ce qu’il faut de chagrins pour la moindre chanson, ce qu’íl faut de sanglots pour un air de guitarre…)», escribe el gran Louis Aragon; «Ha de crecer la hierba y han de morir los niños (Il faut que l’herbe pousse et que les enfants meurent)», decía a su vez Victor Hugo. Frase a la que el Narrador de la Récherche da contrapunto en el siguiente y admirable párrafo:
"Yo digo que la ley cruel del arte es que los seres mueran y que muramos nosotros asimismo, apurando todo sufrimiento, a fin de que crezca la hierba no del olvido sino de la vida eterna, la hierba vigorosa de las obras fecundas, sobre la cual las generaciones, indiferentes a los que bajo la hierba reposan, vendrán a realizar su merienda campestre".
La voz que se trata de arrancar tanto a la memoria representativa como al tiempo, es a la voz que puebla nuestras vidas cotidianas como un objeto de don es al objeto de uso, que apenas consideramos porque simplemente la variable que en él cuenta es su mera funcionalidad. La voz prístina carecía de servidumbre porque sólo contaba por si misma, como esos regalos obsoletos en los que se complacía la abuela del Narrador, que "habiéndose borrado en ellos el carácter de utilidad, parecían más bien dispuestos a contarnos la vida de los hombres de otra época que para servir a las necesidades de la nuestra".