Víctor Gómez Pin
Tras varias semanas, y cuando he leído de todo en un sentido y en otro, me lanzo también a un comentario sobre un aspecto – el lingüístico- de un asunto que ni siquiera se ya (tan fugitiva es la actualidad) si sigue pareciendo provocativo:
"En nuestra sociedad cada vez es mayor la sensibilidad sobre la necesidad de proteger los embriones de distintas especies animales. Las leyes tutelan la vida de esas especies en sus primeras fases de desarrollo. Sin embargo la vida de una persona humana que va a nacer es objeto de una desprotección cada vez mayor"
Tal era el texto con el que la conferencia episcopal intentaba convencernos de la segregación a la que estarían sometidos los seres humanos en relación al imperativo de proteger la vida.
El problema, como ha sido abundantemente señalado, es que en la imagen que ilustraba el texto no percibíamos un ser "que va a nacer, sino un bebé perfectamente configurado y además vestido, pero sobre todo un bebé que ya habla: "¿Y YO? PROTEGE MI VIDA" nos dice.
La protección del ser de palabra: tal parece ser la esencia del mensaje de los obispos españoles. De hecho, Camino, uno de los responsables del cónclave obispal, declaró en un programa de radio que la campaña pretendía "dar voz a los que aún no la tenían" es decir a los embriones de seres humanos a su juicio excluidos cruelmente de esa humanidad de la que ya serían plenamente (aunque potencialmente) partes y ello por su condición de futuros seres hablantes.
Con una elevada dosis de oportunismo, los obispos dirigen su mensaje, no a los convencidos de las tesis antiabortistas, sino a los que consideran que efectivamente la pulsión de proteger al ser que habla ( ¡ precisamente porque habla¡) es la expresión más clara de que la persona que la experimenta responde a una exigencia moral desinteresada, responde a lo que en otro tiempo se tildaba de Humanismo
Pues bien:
Estoy de acuerdo en que la protección del ser de palabra es un imperativo moral absoluto, incluso El imperativo moral absoluto, del que se desprenderían como corolario la protección de la naturaleza, incluidas las demás especies animales. De hecho constituimos la única especie animal que tiene entre sus exigencia éticas el cuidado de las demás especies.
El problema ( y de ahí la falacia de este mensaje arzobispal) es que proteger al ser de palabra, proteger al ser humano, no pasa por coartar sus libertades, no pasa por alienar el cuerpo de la mujer, no pasa por incrementar la tiranía del registro biológico condenando a las mujeres a tener hijos aun en los casos crueles de seria amenaza de enfermedades degenerativas, no pasa por exponer la población al sida…no pasa en suma por erigir el ideario humanista en coartada para mantener un código moral que coarta libertades.