Víctor Gómez Pin
… cuyas raíces se sumergen en el alma humana hasta orígenes mucho más remotos que los considerados por cualquiera de las teorías clásicas", escribe Beaudelaire sobre la forma poética llamada alejandrino. Pues bien:
Refiriéndose también al alejandrino, Mallarmé nos dice que nadie pudo inventarlo y ello en razón (¡ni más ni menos!) de que se trataría de algo "enteramente surgido del instrumento de la lengua" (jailli tout seul de l’instrument de la langue). Basta entonces con aceptar el postulado de que hombre es aquel que recibe el don de la palabra, que el hombre es simplemente el animal (el único animal) al que el lenguaje es susceptible de convertir en su siervo… para concluir que el alejandrino es matriz de la humanidad y no la recíproca. El alejandrino… o cualquier otra prosodia que respondiera a lo que Beaudelaire y Mallarmé atribuyen al alejandrino, cualquier otra forma poético-musical que fuera inherente a la estructura profunda y común a todas las lenguas (y digo musical en el sentido que usa la palabra Agustín García, es decir, previo al fenómeno propiamente cultural de la conversión de los tonos en escalas y del ritmo en métrica).
Ciertamente hasta lo más profundo ha de ser fertilizado y Mallarmé es uno de los llamados a tal tarea restauradora, depurando el verso de todo aquello que, siendo en realidad contingente, había sido erigido por la convención y la inercia en pieza ineludible del armazón. Como tantos otros apuesta simplemente por mantener lo esencial sin someterse a las pautas imperantes de rima y metro:
"Asistimos ahora a un espectáculo verdaderamente extraordinario, único, en la historia de la poesía: cada poeta puede esconderse en su retiro para tocar con su propia flauta las tonadillas que le gustan; por primera vez, desde siempre, los poetas no cantan atados al atril. Hasta ahora -estará usted de acuerdo- era preciso el acompañamiento de los grandes órganos de la métrica oficial. ¡Pues bien! Los hemos tocado en demasía, y nos hemos cansado de ellos."
En relación al alejandrino, admirables recursos técnicos desplazan la apariencia respetando la invariancia de esa forma que Mallarmé consideraba "alma del pueblo"; alma que, me atrevo a decir, su poesía se limita a situar en primer plano:
«Que non¡ par l’immobile et lasse pâmoison
Suffoquant de chaleurs le matin frais s’il lutte,
Ne murmure point d’eau que ne verse ma flûte
Au bosquet arrosé d’accords; et le seul vent
Hors des deux tuyaux prompt à s’exhaler avant
Qu’il disperse le son dans une pluie aride,
C’est à l´horizon pas remué d’une ride
Le visible et serein souffle artificiel
De l’inspiration, qui regagne le ciel»
Ni descripción de una atmósfera, ni alusiva tesis filosófica en esta reflexión del fauno (que, simplemente, soy incapaz de traducir) sobre lo onírico de su propio estado. El verbo se encadena siguiendo una necesidad sin que vicisitud alguna del hombre que sirve de apoyatura cuente realmente. En esto consiste precisamente la inmolación en y a través de la obra de arte. No se trata de sentimiento de trascendencia. Se trata de que el objetivo ser social, el fruto a veces exhaustivo de una telaraña de prejuicios, precisamente se aburra; se aburra al sentir que, en el trabajo efectivo de labrar palabras, sus intereses no cuentan y en consecuencia nada hay para él de interesante. Menos presente el escriba y más verídico el testimonio, más cercano a la palabra y a la sonoridad prístinas.