Víctor Gómez Pin
En la senda trazada por la distinción de Parménides entre la vía de la opinión y la vía de la verdad, son muchos los momentos clave de la historia del pensar en los que surge una dualidad entre la vida reflexiva y la vida simplemente. La metafísica que emana de la Mecánica Cuántica es una de ellas.
Aun cuando la reflexión que sigue a ese paradigma de "ciencia natural de una época", que es la física cuántica, apunta a mostrar la verdadera esencia del entorno natural (las leyes que auténticamente rigen el continuo espacio- temporal en el que nuestro existir transcurre), sus evidencias no siempre son coincidentes con las condiciones subjetivas de posibilidad de insertarse en ese mismo entorno. Por ello en un texto citado aquí hace unas semanas, el gran John Bell separaba sus convicciones subjetivas (su creencia en un mundo con cosas dotadas de objetivas propiedades) de las evidencias que se infieren de su teorema.
Si quieres alcanzar la puerta de salida en una situación de alarma actúa en lugar de pensar a la manera de Zenón, pues en ocasiones el pensar no es un expediente del vivir: tal sería la moraleja zenoniana. Y sin embargo, superada la urgencia, garantizada por un momento la subsistencia, el pensar es no sólo posible sino también espontáneo. Por eso, aun viviendo como si una preestablecida armonía garantizara la no aleatoriedad de lo que puede advenir, aun siendo subjetivamente fieles a la convicción de que el mundo está regido por principios que garantizan una regularidad y permiten hacer previsiones sobre las cosas individuales, el "ardiente deseo de toda mente pensante" evocado por el físico Max Born, esa aristotélica naturaleza que pugna por comprender ( a la que aquí tantas veces he hecho referencia) se abre camino y – ya sea en la asténica forma del experimento mental- nos mueve a contemplar qué forma cabe para el mundo, cuando los principios ontológicos constitutivos de lo que han sido todas nuestras representaciones del mundo son evacuados.