Víctor Gómez Pin
De lo que precede se sigue que la literatura, al menos en el sentido convencional, que supone la plasmación en libros, no sería necesaria a aquel inclinado de entrada a buscar por unos u otros medios la realización de sus potencialidades, inclinado a confrontarse a su verdad interior, pero es en cambio muy útil en otros casos que Proust sintetiza en el siguiente párrafo.
"Se dan no obstante ciertos casos, ciertos casos patológicos por decirlo así, de depresión espiritual, en los que la lectura puede convertirse en una especie de disciplina terapéutica y encargarse, por medio de incitaciones reiteradas, de volver a introducir a perpetuidad a una mente perezosa en la vida del espíritu. Los libros desempeñan entonces para ésta un papel análogo al de los psicoterapeutas con ciertos neurasténicos.
Se sabe que, en determinadas dolencias del sistema nervioso, el enfermo, sin que ninguno de sus órganos se vea afectado, está sumido en una especie de anquilosamiento de la voluntad, como si se hubiera metido en un atolladero del que es incapaz de salir por sus propios medios, y en el que terminaría por perecer si alguien no le tendiera una mano firme y caritativa. Su cerebro, sus piernas, sus pulmones, su estómago están intactos. No tiene ninguna incapacidad real para trabajar, para andar para exponerse al frío, para comer. Pero cualquiera de estas actividades, que podría perfectamente llevar a cabo, se siente incapaz de desearlas…Ahora bien, existen determinados espíritus que podríamos comparar a estos enfermos y que una especie de pereza o de frivolidad les impide adentrarse espontáneamente en las regiones profundas de uno mimo, dónde empieza la verdadera vida del espíritu. Basta que se les haya guiado una sola vez para que sean capaces de descubrir y de explotar en su interior auténticos tesoros…Ahora bien, este estímulo que la mente perezosa no puede encontrar en sí misma y que debe venirle de algún otro, es evidente que debe recibirlo en total soledad, fuera de la cual, ya lo hemos visto, no puede producirse esa actividad creadora que se trata precisamente de resucitar en ella. De la pura soledad la mente perezosa no podrá obtener nada, puesto que es incapaz por sí sola de poner en marcha su actividad creadora. Sin embargo, la conversación más elevada, los consejos más sabios, tampoco le servirán de nada, ya que no pueden producir directamente esta original actividad. Lo que hace falta por tanto es una intervención que, proviniendo de otro, se produzca en cambio en nuestro interior, un estímulo desde luego de otra mente, pero recibido en perfecta soledad." (pp. 39-42.)