Víctor Gómez Pin
VI La metáfora y la fórmula
Todo individuo sano tiende a desarrollar en él los rasgos de su especie. En la medida en que la palabra y el conocer por ella mediatizado es en nosotros un primordial rasgo distintivo, desde el hombre de Herto hasta Albert Einstein o Marcel Proust, el ser humano ha dado muestras de su inclinación a mediatizar su existencia por el registro del símbolo, lo que puede traducirse tanto en labrar una fórmula como en forjar una metáfora. "Probablemente somos la única especie que fabrica cosas que aparentemente no sirven para nada" nos dice Jordi Agustí en uno de los momentos del diálogo que vengo desde hace columnas glosando. Y efectivamente un cántaro que además de hallarse horadado es demasiado grande para servir de efectivo recipiente, no se conserva en razón de utilidad. Pero tampoco es seguro que fuera resultado de algún imperativo práctico la tablilla de ocre de Sudáfrica a la que se hace referencia en el texto, en la que hace 77000 años un antepasado trazó una serie de líneas que constituirían "el primer tratado de matemáticas de la historia". Unas aspas cortadas por paralelas configurando formas que son ya premonición de las que la privilegiada libertad de que gozaban permitía a los sacerdotes egipcios entregarse a las matemáticas por el placer de la contemplación. Tampoco el sacrificio de tiempo y espacio por la teoría de la relatividad ( su conversión en prejuicio, o en todo caso en expresión de nuestras subjetivas condiciones de posibilidad de la experiencia) respondía exactamente a imperativos de utilidad, al menos que por utilidad entendamos, lo conveniente para nuestra naturaleza de seres racionales y la exigencia de inteligibilidad que esta conlleva.