
Víctor Gómez Pin
En la medida en que el proyecto de la literatura no puede ser otro que reencontrar esta fusión del espíritu con el lenguaje y esta manera de relacionarse con el mundo a través del mismo, es absurdo referirse a lo que quiere significar el narrador o el poeta fuera de lo que efectivamente narra o dice. Pienso concretamente en las inútiles disquisiciones sobre la hermenéutica que San Juan de la cruz efectúa sobre su propia obra poética. Aun haciendo abstracción de que esta hermenéutica suena a veces a tentativa de conjurar alguna otra que pudiera resultarle dañina, el aspecto huero procede de que en el lenguaje narrativo o poético (y más cristalinamente en el segundo) la cosa misma no es otra que el propio decir.
La dificultad de mantener esta tensión procede de que el tiempo, corruptor de nuestros cuerpos, corrompe también la acuidad del sentimiento de ser esencialmente palabra. El tiempo degrada nuestra percepción del lenguaje, que es desvalorizado, vivido como un instrumento más, a veces ineficaz, en la lucha por abrirse paso. Quizás reside en este punto la mayor diferencia entre lo que éramos cuando abrimos el alma al mundo de las palabras y lo que ahora somos. Volver a reencontrarnos con nosotros mismos consistiría simplemente en experimentar aquel estupor que nos producían las cosas por el hecho de estar empapadas por palabras.