Víctor Gómez Pin
Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que, en la inmediatez natural, coarta nuestra libertad; apuestan a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser hablante supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora. Y saben que los demás esperamos de ellos que se sacrifiquen para desplegar esta potencia, a lo que contribuimos también todos y cada uno de nosotros cada vez que asumimos nuestra singular naturaleza, cada vez que, comportándonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en sí.
En tal sentido me he permitido afirmar algo que llamó la atención del profesor Enrique Baca, a saber que "vivir literariamente, en el sentido más riguroso del término ha de ser la máxima de acción que anime nuestras acciones" Añado ahora que tal praxis es la causa final de las modalidades de praxis que apuntan a superar las condiciones sociales que reducen al ser humano a la lucha por la subsistencia y como mucho a la lucha por el ornato de la vida. La sociedad en la que se realizaría esa asunción por el hombre del problema total de la existencia a la que se refiere Marx los Manuscritos del 44 habría de conducir a que, de alguna manera, la fertilización del lenguaje efectuada por narradores y poetas fuera tarea de cada uno de nosotros. Doy así respuesta a la pregunta que yo mismo me hacía en una reflexión publicada hace un par de meses en el diario El País:
"Precisamente cuando las medidas económicas apagan el alma de los ciudadanos, cuando la sumisión a agotadoras jornadas laborales tiene doloroso contrapunto en la ausencia de trabajo (o en el pánico a perderlo), se impone como exigencia política el restaurar la pregunta sobre la esencia de la condición humana y la tarea que respondería a tal condición. ¿Está el ser humano condenado a pensar que subsistir es ya mucho y así condenado a esa tortura a la que para algunos remitiría (por razones más o menos etimológicas) el término mismo trabajo, o es pensable una sociedad en la que la tarea esencial de todos y cada uno sea aquella en la que se fertilizan las facultades que nos caracterizan como especie singular entre otras especies de seres vivos y animados?"
Así pues, interrogándome sobre la razón del trabajo literario y barruntando que sólo por el enorme peso de tal razón en la vida de los hombres se explica la admirable ascesis de algunos escritores (la entereza con la que subordinan todo aquello que -por formar parte de nuestros intereses y deseos más anclados- los demás solemos erigir en fin en si), tomo apoyo en la Recherche de Marcel Proust a fin de extraer argumentos para una tesis general (que quisiera poder depurar de connotaciones tanto idealistas como románticas) no ya respecto a la obra literaria sino a la actitud de los que se consagran a la misma a saber: que haciendo del enriquecimiento del lenguaje la causa final de sus acciones son de alguna manera redentores de nuestra condición; en ellos recaería la misión de reconciliarnos con nuestra naturaleza, mediante el recurso de mostrar la fertilidad y grandeza de la misma.
Pues a diferencia de los discursos teoréticos sobre la singularidad del lenguaje humano, sobre la imposibilidad de reducirlo a un emisor y receptor de información, y sobre su capacidad de infinita renovación, narradores y poetas tienen la ventaja de la praxis. No se limitan a predicar las virtudes del lenguaje, sino que las muestran, convirtiendo así en evidencia la conveniencia de ponerse a su servicio: conveniencia de intentar reconciliarnos con lo que constituye el rasgo fundamental de nuestra especie, lo que nos singulariza en relación a las demás especies animales.
Y ¿por qué para la defensa de esta tesis y de la ética que de la misma se infiere he escogido la Recherche? ¿Por qué entre "todos los grandes del verbo" haber elegido a Marcel Proust? Intento en el propio cuerpo de la reflexión dar la respuesta.