Víctor Gómez Pin
Sean cuales sean las respuestas a las preguntas que avanzaba ayer, la música es en cualquier caso un elemento clave del espíritu humano; la música es, por su propio concepto, un ingrediente indispensable de la cohesión social y hasta es posible considerarla (en su aspecto vocal) como la forma en que emergió el lenguaje.
La música, en efecto, no se reduce a la estructura acústico-ondulatoria, traducida (entre otras cosas) en timbres combinados de manera armónica y melódica… a todo lo cual puede, a priori, ser perfectamente receptivo un animal, y quizás con mayor acuidad que nosotros. Lo que llamamos música se articula, desde luego, temporalmente. Ello la vincula a ese hemisferio izquierdo en el que reposaría la percepción temporal y que tanta importancia tiene en el lenguaje (lo cual permite relativizar el peso que tiene el hecho de que el reconocimiento y archivo de melodías se realicen en el hemisferio derecho). Pero hay más: lo que llamamos música parece ser el resultado de que todos esos fenómenos de naturaleza inmediata son explotados e instrumentalizados por el funcionamiento lingüístico. Música sería la physis puesta al servicio de algo que no es un instrumento de comunicación, sino que vale por sí mismo; instrumentalización de una serie de fenómenos físicos al servicio del orden simbólico.
Y en la medida en que está principalmente sustentada en lo acústico pero puede prescindir de éste, sustituyéndolo por otra dimensión sensible (al igual que hace el lenguaje en el caso, por ejemplo, del American Signe Language, ASL) la música tiene esencialmente un grado de libertad. Por otra parte, la música es obviamente en ocasiones independiente de la palabra, pero si sigue siendo música es porque sobre ella se proyecta siempre la sombra de su origen: "musica ex linguae…".