Víctor Gómez Pin
Nunca se reiterará suficientemente que la filosofía aparece intrínsicamente como retorno, re-encuentro con sus propios problemas tras una larguísima mediación por disciplinas particulares vinculables a la filosofía pero que no son en ellas mismas filosofía. En tal sentido, tanto la reflexión einsteniana sobre los principios reguladores del orden natural como la de los adversarios de sus hipótesis en el marco de la teoría cuántica, son un auténtico paradigma.
Precisamente por constituir una exigencia elemental del ser lingüístico, la filosofía alcanza un elevado grado de complejidad. Pues Las cuestiones elementales a las cuales sí cabe identificar a la filosofía son la auténtica matriz, tanto de la disposición espiritual que conduce a la ciencia. Y una vez que estas actividades de la práctica espiritual se han desplegado, la filosofía ya no puede prescindir de ellas…que a su vez no deben prescindir de la filosofía. Pues, la matemática, la biología o la física teórica, encuentran en la filosofía un auténtico punto de convergencia, una "unidad focal de significación", según la formulación aristotélica. En ausencia de esta última, las disciplinas particulares quedan privadas de significación, es decir reducidas a la insignificancia.
Es en este retorno a interrogaciones que fueron matriz, liberados del lastre que supone una acumulación doctrinal hoy puesta en entredicho que cabe forjar esa metafísica atenta enriquecida por la ciencia natural de nuestra época, a la que aquí vengo refiriéndome.
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1 No otra cosa indicaba Descartes, cuando añadía a sus trabajos científicos ese prólogo legitimador conocido como Discurso del Método. Cierto es que la distribución del saber está hoy organizada de tal forma que los lectores de Descartes, o bien son especialistas en algún retazo del contenido científico, o bien son especialistas en el prólogo (estos últimos son precisamente los formados en la facultad de filosofía) Extraña quiebra que Descartes viviría como auténtica mutilación, pero que no escandaliza a los voceros culturales ni a los responsables de nuestra formación. El matemático y filósofo René Thom solía indicar que una expresión tristemente ejemplar de esta situación es lo que hace unos años sucedía con la enseñanza de la matemática (afortunadamente ya no es así). Pues se introducía a los niños en esta disciplina mediante la Teoría de Conjuntos, sin explicarles nunca cuál era la función quizás primordial de la misma, filosófica dónde las haya. Pues Georg Cantor, el fundador de la misma, pretendía ante todo disponer de un arma para abordar el problema esencialmente filosófico del infinito. Y cabe obviamente hacer matemáticas sin teoría formalizada de conjuntos, mientras que es imposible sin ella abordar con rigor "ese delicado laberinto" que, al decir de Borges, constituye la cuestión del infinito.