
Víctor Gómez Pin
Leíamos hace unos días en los periódicos que con motivo de las recientes tormentas devastadoras en El Caribe, las autoridades cubanas habían solicitado al gobierno de los Estados Unidos que por seis meses pusiera fin al embargo que pese sobre el país. Obviamente se estaba proponiendo una suerte de alto el fuego para, por así decirlo, retirar a las víctimas de un enemigo común En la guerra de España, y concretamente en la batalla del Ebro, hubo al parecer numerosas ocasiones en las que se establecieron treguas de este tipo, sin que nadie tuviera el sentimiento de estar en ese momento poniendo en almoneda las propias convicciones.
La respuesta de la otra parte fue negativa, ofreciendo a cambio lo que calificaban de ayuda humanitaria, ayuda que el gobierno cubano habría rechazado. Pues bien:
Se piense lo que se piense del régimen cubano, y sobre todo de la figura de su líder (que por cierto nunca dejó de tener detractores en el seno de la misma izquierda comunista de la que se reivindicaba, a veces no tanto por los contenidos políticos como por la retórica misma del personaje y lo dudoso de la calidad de sus puestas en escena), estoy seguro de que ninguna persona de bien habrá dejado de experimentar que en este rechazo de la sustitución de la fraternidad por la caridad, los responsables de La Habana han dado muestra simplemente de dignidad y entereza. A lo mejor en la próxima negociación no es ya el caso, pero en esta indudablemente sí. Doy esto como ejemplo de esa perennidad de ciertos valores a la que hace desde hace unos días vengo refiriéndome.