Víctor Gómez Pin
La extremada delgadez del filósofo (poco más de 40 kilos según me dijo su mujer) testimoniaba de su delicadísimo estado de salud y de hecho murió poco después, pero su lucidez era absoluta y no solo recordaba interesantes situaciones vividas muchos años atrás, sino que reordenaba sus impresiones en función de informaciones y vivencias muy recientes.
Cuando le presente la carta sobre España y le dije que yo mismo era español, me preguntó aun antes de firmarla si yo había leído a Ortega y Gasset. La verdad es que entonces no lo había leído y así se lo dije, añadiendo ante su gesto de sorpresa que yo no había estudiado en España y que mis profesores en París no me habían invitado a su lectura.
Jean Wahl me respondió que él mismo no lo había leído hasta muy poco antes, aunque lo había conocido mucho personalmente sin que hubiera habido simpatía entre ellos. Jean Wahl había de hecho mantenido prejuicios respecto a la obra de Ortega, prejuicios que desaparecieron por entero cuando, por circunstancias azarosas, había topado con la traducción francesa de La idea d principio en Leibniz… obra póstuma de Ortega, tan sólo publicada en 1958 aunque proyecto diferido desde 1947. Al empezar a ojearla su entusiasmo fue creciendo, y en estos últimos de su vida el frágil y valiente Jean Wahl tenía a Ortega (la extraordinaria Ideas y Creencias entre otras obras) entre sus pensadores.
¿Y qué se propone Ortega en tal libro? Algo simplemente extraordinario para lo que le faltaron las fuerzas. De hecho no llega a hablar cabalmente de la cuestión planteada, no llega a hablar de Leibniz, aunque va prometiendo en extraordinarias notas al pie de página que lo hará. No llega Ortega y Gasset a desentrañar nada y ni siquiera a sondear el abismo que la interrogación a la que invita supone, pero tuvo el gran valor de plantearla con total honradez y la claridad de escritura que le caracterizaba.
Ortega se enfrenta a la cuestión de los principios preguntándose no sólo por la universalidad de algunos de entre ellos sino sobre todo qué supone el hecho mismo de formular principios. Y en la medida en que Leibniz encarna paradigmáticamente esta inclinación Ortega da a en el título protagonismo a este autor al que- como decía – le falto energía para interrogar a fondo.