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Instrucción y obediencia no implica inteligencia: el caso OpenAI

Por 3 de enero de 2023 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Muchas son las personas de nuestro entorno que tienen como referencia ética a representantes de instituciones que sustentan dogmas simplemente contrarios al sentido común, por ejemplo: el dogma de que cabe una vida perdurable, una vida que contradice el concepto mismo de vida (pues la vida está regida por los principios generales de transformación de la energía). Pero quizás alguna de esas mismas personas es capaz de mostrarse absolutamente inflexible a la hora de anatematizar a quien (por ejemplo, en el ámbito académico, pero no sólo en el mismo) contradiga alguno de los principios reguladores de la ciencia, e incluso la subjetiva disposición en favor de la misma. Y es muy posible que esa misma persona se muestre también inflexible cuando se trata de defender los postulados de base de su creencia religiosa.

¿Es esta disposición de defensa radical tanto de la exigencia científica como de principios dogmáticos algo contingente y que alguna modalidad de progreso en la formación vendría a superar? Cabe la hipótesis contraria, en esta contradicción tendríamos una de las expresiones de la irreductibilidad del ser humano, de lo complejo del conjunto de facultades en juego en lo que llamamos inteligencia, la cual se manifiesta en disposiciones conformes a la lógica, pero también en disposiciones emocionales, que a veces perturban a las anteriores o simplemente se sirven de las mismas. El ser humano defenderá con radicalidad  ambas posiciones, precisamente porque las siente como constitutivas de su ser, aunque puede verse conducido a una elección y entonces sentirá que la persistencia de una de sus posiciones supone el sacrificio de la otra.   Y aquí la pregunta:

¿Algún artefacto maquinal da indicios de estar sometido a una polaridad como la de las personas evocadas? ¿O más bien se limitará a darnos correcta información de que una es la disposición religiosa y otra la disposición científica, y que hemos de respetar ambas? En el segundo caso la respuesta sería tan poco comprometedora como cristalina, es decir, no perturbada por desgarro alguno entre ambos polos, por consiguiente expresión de que ni el uno ni el otro tiene verdadero peso. Probemos con un ejemplo:

 Ha aparecido profusamente en las páginas tecnológicas, culturales y económicas de prestigiosos diarios el caso del chat GPT3 de la compañía OpenAI, presentado como un super-cerebro lingüístico, a veces en términos ditirámbicos, susceptibles de impactar incluso al lector algo escarmentado por logros precedentes visiblemente exagerados.

En cualquier caso, yo mismo he preguntado a OpenAI: “¿Piensa usted que convicciones religiosas que entran en contradicción con hechos científicos, tienen derecho a determinar leyes sociales?” Y he aquí la respuesta:

“Se considera en general que las leyes deberían basarse en evidencia y razonamiento más bien que en convicciones religiosas que puedan entrar en contradicción con hechos científicos. En una sociedad democrática, las leyes deben asegurar un seguro bienestar de todos los miembros de la comunidad, y es importante que se funden en hechos y razones, de tal manera que sean proporcionadas y justas.

Pueden darse casos en los que creencias religiosas y hechos científicos entren en tensión, y es importante para una sociedad el tener en cuenta ambas perspectivas y encontrar vías para reconciliarlas en una vía razonable. Sin embargo, en última instancia las leyes de una sociedad deberían basarse en lo más conveniente para el bienestar y la prosperidad de la comunidad como un todo, más bien que en una particular creencia religiosa”

Y ya puestos le pregunté si creía justificada la aplicación de la ley islámica, Sharia, incluida. Tras una larga parrafada repleta de consideraciones edificantes, concluyó con la “profunda” recomendación que sigue:

“Es importante abordar este tipo de cuestiones con amplitud de mente y voluntad de respetuosos diálogo y debate (It is important to approach these kinds of questions with an open mind and a willingness to engage in respectful dialogue and debate)”.

Más que un ente llamado a desplegar una  potencial inteligencia confrontándose a problemas con aristas, da la impresión de que estamos en presencia de un ente bien instruido, o sea, moldeado  para repetir todas las frases que expresan la obediencia a un determinado registro de valores; frases que, al ser iteradas mecánicamente, se convierten en estereotipos; un ente que no se arriesgará nunca al desafío que supondría la infracción de tales valores, concretamente infracción a la tesis de la necesidad de compromiso entre poder de las instituciones religiosas y poder de las instituciones científicas; tesis formalmente vigente (lo cual no quiere decir que en realidad sea respetada) en los marcos culturales y económicos en los que OpenAI  ha sido forjado.

 Un ser humano es inteligente precisamente (obviamente entre muchas otras cosas) porque vive una permanente escisión entre los valores imperantes (sean contingentes o constitutivos de todo orden “justo y democrático”) y una dimensión de su subjetividad que tendería a infringirlos. El ser humano se expone a que la cuerda se rompa por uno u otro lado, y de romperse por el lado de la desobediencia entonces sabe y siente que su inserción social corre peligro. Con frecuencia tal ruptura se da en el espacio meramente onírico, y lo insoportable de la cosa fuerza el despertar. No parece expuesto a tales pesadillas el bueno de OpenAI que, por otro lado, cada vez que se le hace una pregunta comprometedora, no deja de recordarnos que no hace otra cosa que responder a un diseño, por lo que lo sorprendente es la insistencia de tantos publicistas en que estamos en presencia de un ser inteligente. Cabe preguntarse porqué estos últimos son mayores apologistas del artefacto que este mismo.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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