Víctor Gómez Pin
En el mundo del arte contemporáneo hay sin duda algunos cínicos, que utilizan el desconcierto de los ciudadanos ante la proliferación de sofisticados productos culturales y sus complejos por la imposibilidad de estar al día, para literalmente venderles aire. Mas en este universo mercantil, en esta feria de algo más que vanidades en la que se forja la urdimbre y la trama del intercambio artístico, hay sobre todo nihilistas, nihilistas perfectamente honrados, es decir gente a la que en nada afecta la obra de arte pero que, con respecto a la misma hablan con propiedad.
Hablan con propiedad porque de la obra de arte lo saben todo, entendiendo por saber esa forma desvirtuada que consiste en ser reflejo subjetivo de las conexiones entre las obras mismas, tanto entre las que se forjan contemporáneamente a nosotros, como entre éstas y las que las preceden en la historia del arte.
Hablan con propiedad porque entienden allí donde la mayoría ni entendemos nada, ni puñetera falta que nos hace entender. Entendía el comisario del evocado evento sevillano que su ocurrencia de reificar (de erigir literalmente en obra) las opiniones de los ciudadanos tiene un nexo con alguna ocurrencia precedente, la cual, por razones que yo desde luego ni husmeo, fue considerada en algún lugar y por alguien con autoridad (es decir, con el grado de erudición suficiente) como susceptible de ser subsumida bajo la rúbrica obra de arte.