Víctor Gómez Pin
“Doquiera que estamos lloramos por España” (El morisco exiliado Ricote a Sancho Panza).
Si usted pasea por la villa cordobesa de La Carlota, verá un monumento que reza lo siguiente: “en conmemoración del nuevo centenario del fuero de las nuevas poblaciones” Recordemos de qué fuero se trata y a qué nuevas poblaciones se hace referencia.
En el siglo XVIII, bajo el reinado de Carlos III se creó una quinta provincia andaluza, que se unía a las ya entonces reconocidas Córdoba, Jaén, Sevilla y Granada. La gestión de estos territorios fue encargada al ilustrado Pablo de Olavide (que hoy da nombre a una universidad pública sevillana), cuya primera tarea fue la de crear pueblos en el trayecto de Madrid a Andalucía que aligeraran el carácter silvestre de ciertas zonas, entonces refugio de bandoleros. La idea central era fomentar en esos pueblos una agricultura avanzada. Pero para que haya agricultura se necesitan agricultores. Olavide estimaba que la organización tradicional de las poblaciones campesinas en España acumulaba aspectos que constituían un lastre. Por ello pensó en que los habitantes de las nuevas aldeas y feligresías fueran procedentes de otros lugares. Bajo la mediación de un aventurero bávaro, 6000 colonos sobre todo alemanes, flamencos y suizos, pero también algún francés, fueron reclutados. No todo fue ideal en esta aventura. Hubo inviernos durísimos que ponían en entredicho la idea de ir a trabajar a un país de clima meridional, hubo abusos de todo tipo y se pusieron dificultades a aquellos que querían regresar a sus países de origen. En suma, como en toda aventura humana fuera de los territorios de origen… Pero en La Carlota y otras poblaciones aún hay muchos apellidos extranjeros y se preservan costumbres que denotan el origen de sus habitantes. Tras este preliminar me acerco a la actualidad.
“No se pisotea a un hombre ya caído (On ne piétine pas un homme à terre)”, es una expresión francesa, para señalar lo indecente de quien abusa o hace mofa de alguien en situación de indefensión. El precepto no es siempre seguido. Por el contrario, abundan los casos de complacencia en aterrar al ya aterrado, tanto a nivel individual como político, en la entera geografía y, desde luego, entre nosotros. Sitúo los hechos en el contexto informativo.
22 de agosto de 2025. Uno de los momentos álgidos del enquistado conflicto de Gaza. El gobierno israelí anuncia la ocupación militar de la capital del enclave y da como única opción a la población trasladarse al sur, zona fronteriza con un Egipto que ha mostrado nula voluntad de acoger en su territorio a esos potenciales desplazados. La organización de las naciones Unidas hace las tan usuales como inútiles llamadas a evitar la previsible hecatombe. Los supervivientes se hallan abocados, sea a un exilio más o menos clandestino, sea a vagar como sombras en el territorio de la franja, emulando a los millones de colombianos (es sólo un ejemplo de los muchos en el mundo) que hace ya decenios fueron víctimas de una feroz rapiña que les arrebató sus tierras, y hoy siguen condenados a errar por el país, extraviados entre recuerdos presentes y entorno social ausente.
Pues bien, en un diario español de línea editorial conservadora (variable que en este caso poco importa), un articulista lanza una propuesta, obviamente con clara conciencia de su inviabilidad, reflejada en el título, “Utopía palestino-española”. En síntesis: España se acerca a los 50 millones de habitantes, irregularmente distribuidos entre zonas de intensa concentración de población y enormes zonas semivacías, lo que se llama España despoblada. Acoger en nuestro país a esa población asediada y repudiada, con reglas estrictas para garantizar la adecuación (como se hizo, en el siglo XVIII con colonos del norte de Europa) no sólo garantizaría la repoblación y futura prosperidad de zonas hoy privadas de elemental atención, sino que también lavaría parcialmente la afrenta histórica que significó la expulsión de los moriscos. Hasta aquí los argumentos del articulista. Como indicaba, a ojos del mismo, la propuesta es, dadas las circunstancias, inviable, pero sin por ello dejar de ser racional. Pues bien:
No sé si el autor del escrito esperaba lo intenso de las reacciones. Decenas de mensajes, algunos sarcásticos, otros avanzando alguna argumentación, pero (me excuso si se me ha escapado alguna excepción) con un denominador común: alarma y temor falsos (conscientemente falsos, pues nadie de verdad consideró la posibilidad de que gobierno alguno llegue a implementar la propuesta), pero ¡odio verdadero! A veces odio a todas luces consciente, otras veces envuelto en alguna consideración que intenta tamizarlo a ojos mismos del que lo experimenta. El autor es descalificado por su prosa, su “cinismo” incluso su “mala leche”, pero sobre todo en razón de la (¡dada por supuesta!) indigencia moral de la población que propone integrar en nuestro país.
Desde felicitarse en razón de que “hace 800 años les dimos con la puerta en las narices”, hasta considerar que la expulsión de los moriscos “no fue pecado, sino profilaxis”, las expresiones que rezuman inquina proliferan en casi todas las reacciones. Temo que hace 80 años, para quienes las pronuncian, “profilaxis” había sido también la expulsión de los españoles judíos. De hecho, en esos años de tiniebla nacional-católica, los judíos tenían prioridad a la hora de ser sujetos de anatema ideológico, generador de fobia “in absentia”, pues casi nadie en España tenía sentimiento de convivir o haber convivido con un judío.
Una persona con la que hablaba de este asunto me indicaba que las respuestas a los artículos son a menudo generadas masivamente por algún grupo interesado; no hay que imaginar tras cada uno de esos mensajes a una persona concreta. Mas en tal caso, sorprende que los lectores de un comentarista habitual del periódico no reaccionen protestando por el aluvión de insultos que su escrito genera.
En todo caso, la impresión es la de que, por conservador que se muestre en su línea editorial un medio, los lectores u oyentes del mismo exigen una suplementaria vuelta de tuerca. De tal manera que el periódico se puede ver en la disyuntiva de mantener el tono (¡todo lo conservador que sea!) o hacerse eco de las pulsiones de ceguera y odio de parte de su audiencia; hay que dar salida a una suerte de barbarie ciudadana de la que ha habido otras manifestaciones recientemente, así las sarcásticas consideraciones respecto a la tentativa de suicidio de un político cuya mala suerte quiso que emergiera un oscuro episodio de cuarenta años atrás, relativo a su formación académica (“suicidio tan fake como el propio curriculum”, llegó a salivar un rencoroso anónimo). Verdaderamente… ¿ “On ne piétine pas un homme à terre!”?
En cualquier caso, ya que he evocado a los moriscos, es oportuno citar más ampliamente la dolida queja de Ricote, que ha retornado a su pueblo disfrazado entre peregrinos:
“Se sentaron al pie de una haya, dejando a los peregrinos sepultados en dulce sueño, y Ricote, sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones.
-Bien sabes. ¡Oh Sancho Panza, vecino y amigo mío!, como el pregón y bando de Su Majestad mandó publicar contra los de mi nación terror y espanto en todos nosotros(…) ordené, pues, a mi parecer como prudente, (…) de salir yo solo, sin mi familia, de mi pueblo y ir a buscar dónde llevarla con comodidad y sin la priesa con que los demás salieron, porque bien vi y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregones no eran solo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes (…) Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar. Doquiera que estamos lloramos por España”.