
Víctor Gómez Pin
"De este malecón en 1922 salieron en expedición forzada hacia el exilio, ilustres hijos de nuestra patria: gentes que enriquecían la filosofía , la ciencia y la cultura. La sociedad filosófica de San Petersburgo erige esta placa en su memoria."
Evocaba hace unos días esa "ternura común por las cosas", que quisiera un mundo armonizado en ausencia de toda contradicción interna, lo que a juicio de Hegel impide simplemente alcanzar realmente la única armonía posible, que resulta siempre de la tensión misma, tensión generada por la diferencia y la contradicción inherentes a la vida natural y sobre todo social.
A este malecón llamado "Lugarteniente Schmidt" se llega por el puente del mismo nombre que, en San Petersburgo, cruza el Neva desde el embarcadero de los ingleses. Este brazo del Neva, llamado "grande" desemboca en el "Morskoi Togrovii Port", zona de barcos de carga y horizonte propiamente marítimo de esta admirable ciudad, que en el imaginario de algunos es aún sobre todo un puerto.
En 1922 la Rusia de la Revolución de Octubre salía de una tremenda Guerra Civil que había arruinado su agricultura, generado hambrunas, hundido la capacidad adquisitiva del rublo y costado millones de vidas humanas. Pero esa misma Rusia era un hervidero de proyectos artísticos, científicos y desde luego filosóficos, todos ellos intrínsecamente vinculados a un ideario de emancipación social. Hablaba aquí mismo de la "máquina" Rodentxo-Maiakovsky, que en ese mismo año 1922 ponía su enorme talento y toda su exigencia al servicio de la causa que -en el mundo entero- conmocionaba a todo aquel que simplemente tuviera entrañas.
Pero en esa misma Rusia, en un muelle de la ciudad que paradigmáticamente encarna la Revolución, se embarcan para el exilio filósofos. No sé de qué personas se trata, ni cuál era su valía. Simplemente me hacen recordar que también Sócrates fue invitado a exiliarse. Hay aquí como un indicio de que en sus años más fértiles la Revolución de Octubre se desgarraba internamente… hasta acabar abismándose. Quizás este sea el destino de todos los idearios de emancipación del ser humano, lo cual no justifica que dejen de ser alimentados. Pues pasa con la libertad lo que ocurre con la verdad: una cosa es no conseguirla y otra cosa es renunciar a ella. Lo primero es trágico, lo segundo es simplemente lamentable, y casi siempre expresión de cobardía.