Víctor Gómez Pin
"…Pues los hombres empiezan y empezaron siempre a filosofar movidos por el estupor. Al principio su estupor es relativo a cosas muy sencillas, mas poco a poco el estupor se extiende a más importantes asuntos, como fenómenos relacionados con la luna y otros que conciernen al sol y las estrellas y también al origen del universo. Y el hombre que experimenta estupefacción se considera a sí mismo ignorante (de ahí que incluso el amor de los mitos sea en cierto sentido amor de la sabiduría, pues el mito está trabado con cosas que dejan al que escucha estupefacto). Y puesto que filosofan con vistas a escapar a la ignorancia, evidentemente buscan el saber por el saber y no por un fin utilitario. Y lo que realmente aconteció confirma esta tesis .Pues sólo cuando las necesidades de la vida y las exigencias de confort y recreo estaban cubiertas empezó a buscarse un conocimiento de este tipo, que nadie debe buscar con vistas a algún provecho. Pues así como llamamos libre a la persona cuya vida no está subordinada a la del otro, así la filosofía constituye la ciencia libre, pues no tiene otro objetivo que si misma" (Aristóteles)
Permítaseme evocar una vez más un repetido tópico de la historia de la ciencia y glosar el comentario al mismo de uno de los más importantes físicos del siglo veinte:
Pese a la evidencia empírica que suponía la circunvalación de la tierra por navegantes de diferentes países, fue difícil superar argumentos en contra de la esfericidad, que parecían del todo razonables. Así la objeción de que, al alejarse de nuestro horizonte, abandonaríamos progresivamente la posición que nos mantiene sobre la superficie de la tierra y al llegar a la antípoda, pura y simplemente caeríamos en el vacío. Argumento vinculado a éste es que dejaría de haber un "arriba" y un "abajo" propiamente dichos, pues, de mantenerse alguien en el otro extremo, para él nuestra actual posición sería "abajo".
Había además la confianza en la intuición inmediata, que de ninguna manera abogaba por la esfericidad (aunque repleta de accidentales curvaturas como las colinas, la superficie de la tierra se nos antoja de entrada plana). Y desde luego la intuición tampoco abogaba por la tesis de que el sol era un enorme astro incandescente en torno al cual otros astros (la tierra entre ellos) girarían. El segundo ejemplo es tanto más interesante, cuanto que no se daba siquiera el análogo empírico de lo que la circunvalación marítima supuso para el primero y que forzó al silencio tantas voces conservadoras.
Si a ello añadimos que las doctrinas religiosas imperantes (pero también muchas de las que ya no lo eran) daban en general apoyo a las arraigadas convicciones sobre la centralidad de la tierra, ¿qué hizo que las nuevas hipótesis astronómicas fueran abriéndose camino? Pues simplemente que, por contrarias que fueran a la intuición y a la fe, poseían gran fuerza explicativa .Ahora bien: lograr aclarar, explicar, sustentar en razón el entorno terrestre o celeste, y a poder ser en su totalidad, constituye en palabras de Max Born "el ardiente deseo de toda mente pensante", deseo que no se aminora en absoluto por el hecho de que aquello que se trata de aclarar "sea eventualmente de total irrelevancia para nuestra existencia".
Casi cada palabra es importante en estas afirmaciones del Nóbel de Física e interlocutor mayor de Einstein. Conviene enfatizar el hecho de que el apetito de transparencia es propio de todas las mentes pensantes, no meramente de una élite social, religiosa o intelectual. Ello me dará oportunidad de volver sobre otro texto de Aristóteles,aun más emblemático que el citado, que ya he presentado aquí varas veces ( en traducción tan "libre" estilísticamente como rigurosamente fiel al contenido)y del que hoy recojo sólo la primera frase
"TODOS los humanos, en razón de su propia naturaleza, desean el saber. Indicio de ello es el placer que los sentidos nos procuran; pues incluso cuando su ejercicio no es de utilidad alguna, nos complacemos en que estén operativos, y ello es particularmente cierto tratándose de la vista."