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Escenas: espectadores que no quieren serlo

Por 16 de octubre de 2025 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Antes de ir al asunto, una consideración sobre un término. Un concepto muy general de cultura es el siguiente: acumulación de conocimientos y hábitos a través de los demás, que normalmente pertenecen a la generación precedente. En tal acepción, es obvio que no cabría excluir de la cultura a especies animales diferentes del hombre, es decir, la separación respecto a la inmediatez de la naturaleza que se asocia al término cultura no sería un rasgo exclusivo de nuestra especie. Franz de Waals formula la pregunta, y da clara respuesta:

“¿Cuál es el común denominador de todo aquello que llamamos cultura? (…) A mi juicio no puede tratarse sino de la expansión no genética de costumbres e información  (The Ape and the Sushi Masters Basic Books New York 2001, p.16.)

El autor da varios ejemplos de reacciones marcadas por la cultura. La respuesta correcta de un pequeño simio amenazado por un depredador depende de la condición de este (si se trata de un leopardo, encaramarse a un árbol; si se trata de una serpiente, mantenerse erguido en la hierba). Los simios van aprendiendo con el tiempo cuál es la respuesta correcta en cada caso, pero ello no se debería tan sólo a la experiencia (corrección progresiva de respuestas erróneas), sino a información recibida de sus mayores y en general del resto del grupo. De ello sería prueba el hecho de que aquellos de los pequeños que observan cómo reaccionan los mayores, en la siguiente alarma responden correctamente en mayor medida que los poco observadores. Si la reacción estuviera determinada por la genética esta diferencia no se daría.

Pues bien, parto de este concepto inclusivo del término “cultura”, que posibilita diferenciar entre lo que aún es cultural, lo que está dejando de serlo y lo que vendrá a suplantarlo, para intentar explicar un comportamiento colectivo del que la prensa se ha hecho eco.

En la plaza de toros de Pamplona, ciertos grupos, más bien anti-taurinos pero  que sin embargo no quieren dejar de participar en el ambiente bullicioso de las peñas, alzados con sus cantos (más o menos expresivos de un grado de ebriedad) en los intermedios entre toro y toro, cuando el toro surge del toril, siguen de pie con su alboroto y cantos, pero dando la espalda al ruedo, para hacer explícito que no quieren presenciar el ritual que, en sus  ocasionales conversaciones sobre temas éticos, llegan incluso  a calificar de asesinato. Este comportamiento llama la atención por ser expresivo de una suerte de interna contradicción.

En el caso de estos jóvenes de Pamplona, lo taurino en sus múltiples dimensiones, es simplemente algo que forma parte de su herencia cultural inmediata: existencia al menos hasta años recientes-de ganaderías en la parte meridional de Navarra, diversas modalidades de juegos con el toro (que los niños imitan desde muy pronto), presencia de metáforas taurinas en las dos lenguas de la comunidad,  y desde luego una tradición oral de anécdotas, más o menos exageradas, relativas al encierro, cuyos protagonistas son parientes de generaciones anteriores, a veces la inmediata.

¿Qué determina, pues, el prurito de no contemplar lo que acontece en el ruedo, entre toro y ser humano, en ocasiones con tintes dramáticos?  Ni siquiera cabe hablar en este caso de incoherencia, pues el acto de repudio no es resultado de una convicción que choca con otra sustentada en diferentes cimientos. Se trata, por un lado, de algo (lo taurino) que se hereda, como se heredan todos los hechos culturales, y por otro lado de obediencia mecánica a un mandamiento que aún no es cultural (aun no es resultado de los valores heredados por generación precedente), pero que quizás llegará a serlo, si deja de ser imitación de una concepción ajena de la relación entre animales y humanos, para ser plenamente interiorizada.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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