Víctor Gómez Pin
En 1968, a la par que se fraguaba en París la atmósfera que conducía a los acontecimientos culturales y sociales conocidos como Mayo del 68, en la también por entonces políticamente convulsa California se confirmaba una hipótesis científica de primera magnitud.
A lo largo de la década de los cincuenta (en experimentos realizados mediante emisiones energéticas que iban de 100 a 1000 mega-electrón voltios) se había consolidado la conjetura de que la apariencia homogénea de neutrones y protones escondía una estructura compleja. Pero sólo en el evocado 1968, gracias al acelerador de electrones de Stanford (que permitía alcanzar niveles energéticos de 10000 mega-electrón voltios) se conseguía penetrar en el núcleo del átomo y descubrir que, efectivamente, la ausencia de carga del neutrón no es sino la expresión del equilibrio entre partículas más elementales, quarks, que comparten con el electrón -de momento al menos- la condición de soporte último de la organización de la materia, y que sí se hallan positiva o negativamente cargadas. Por su parte, la carga positiva del protón expresaba una composición no equilibrada entre tales partículas, las cuales, provisionalmente, pueden ser consideradas como auténticamente elementales.
Se repetía así la historia "leibniziana" de descubrir la pluralidad de lo aparentemente puntual. Al nivel de las partículas elementales seguían entonces dándose grandes incógnitas a las que nadie ha respondido. Nunca se ha conseguido localizar un quark fuera del lazo que le vincula a otros quarks, forjando protones o neutrones, es decir, nunca se ha conseguido apartarlo de ese reducido universo que es la magnitud de un protón o electrón, y nadie ha podido decidir si es una partícula realmente elemental o si su masa (a la cual sólo cabe hacer referencia si se explicita qué criterio se va a utilizar para determinarla) es ya un conglomerado de desconocidas partículas.
Pese a la persistencia de terrenos ignotos, desde la época en que se avanzaban las hipótesis de la teoría cuántica sobre la estructura de la naturaleza (las conjetura por Bohr sobre la configuración del átomo de hidrógeno por ejemplo), en el plano estrictamente científico, el progreso ha sido enorme. Y sin embargo… en lo referente a lo esencial la interrogación no sólo persiste sino que los elementos de perplejidad se han acentuado. Quiero hoy señalar un caso: El avance que suponía el descubrimiento de nuevas partículas se completaba dialécticamente (me atrevo a decir) con el descubrimiento de las anti-partículas, entidades con las mismas características que las partículas (masa, magnitud, movimiento rotacional y monto de carga eléctrica), pero con el signo de la carga opuesto. El físico siciliano Etore Majorana, desaparecido misteriosamente en el mar Tirreno en 1938 (se ha hablado de una melancolía que le habría llevado al suicidio) consideró la hipótesis de un fermión (los fermiones son partículas así llamadas evocando a Enrico Fermi el maestro italiano de Majorana) cuya singularidad consistiría en ser su propia antipartícula (materia y anti-materia).Pues bien:
En el experimento NEXT (Neutrino Experiment with a xenon TPC) coordinado en el túnel de Somport en Canfranc por el físico español Juan José Gomez Cadenas se intenta probar que efectivamente hay una partícula que sería a la vez su antipartícula, a saber, el neutrino. En física, aun las hipótesis con mayores probabilidades de verosimilitud (en razón por ejemplo de que las alternativas entran en contradicción con fenómenos contrastados) no tienen verdadero peso hasta su confirmación experimental. Pero en todo caso, de llegar a buen puerto la hipótesis del proyecto NEXT, haría por así decirlo modestas algunas de las páginas más tremendamente especulativas de la historia del pensamiento filosófico. Estoy pensando por ejemplo en párrafos de la Ciencia de la Lógica de Hegel (pensador considerado por muchos como "el perro muerto" de la filosofía) en los que la identidad se revela hallarse internamente polarizada en una modalidad de diferencia que se muestra como oposición y finalmente contradicción.
Desde hace ya casi un siglo la física ha dado pie a tremendas interrogaciones sobre la esencia del orden natural. Pues resulta que, en presencia de determinados fenómenos, o bien decimos que las cosas no tienen propiedades independientemente de la constatación de las mismas por los físicos (tras los cuales alguno ve el nosotros designativo del hombre que sería efectiva medida de todas las cosas); o bien la propiedad que una cosa tiene podría ser alterada por el hecho de que hay una modificación en la propiedad de una segunda cosa, alejada de la primera y sin contigüidad de ningún tipo con la misma… y otros asuntos aun más sorprendentes, de los que se infiere que el comportamiento de las partículas no confirma los principios sobre los que se basaba nuestra concepción del orden natural. Pues bien: este caso de la partícula que sería su propia anti-partícula muestra que parte del trabajo actual de los físicos no viene a zanjar tales interrogantes, sino que aporta nuevos elementos de perplejidad.
Y sin embargo una suerte de fidelidad a principios ontológicos y epistemológicos que Einstein mismo consideraba irrenunciables nos empuja a reivindicar digamos al mundo de siempre, es decir, un mundo en el que las mismas causas conducen a los mismos efectos, la única forma de influir sobre un objeto separado es estableciendo algún lazo de contigüidad con el mismo, una peonza o bien gira a la derecha o bien lo hace a la izquierda, y desde luego…una partícula no se confunde con su propia antipartícula. Pero ello no puede hacerse de manera dogmática o ingenua; hay en todo caso que dar la vuelta a la interpretación de fenómenos que parecen testimoniar de lo contrario. Con arranque en la física y quizás jugada por los propios físicos, esta partida es sin embargo esencialmente filosófica, posterior a la física…literalmente meta-física.