
Víctor Gómez Pin
"No se trata de salvar a la banca de la quiebra sino de ayudar a las pequeñas empresas y a las familias", declaraba Rodríguez Zapatero. "Los emprendedores, el verdadero capitalismo, no el de los especuladores y los que nos han puesto en esta situación", enfatizaba Nicolás Sarkozy. ¿Quiénes son pues esos malos de la película, que según Sarkozy perturban, corrompen y traicionan el noble espíritu del capitalismo?
El sábado 11 de octubre, el ex presidente de Brasil, Fernando Enrique Cardoso, efectúa una impecable descripción de los mecanismos financieros que habrían conducido al actual colapso de múltiples entidades bancarias. El núcleo digamos moralmente escandaloso del asunto, la poco escrupulosa "ingeniería financiera", es conocido y perfectamente sintetizado en unas líneas por Cardoso: "Los precios de las casas en Estados Unidos y en Europa estaban subiendo desde hace mucho tiempo. Había préstamos fáciles y abundantes para la compra. Los consumidores podrían pagarlos hasta el infinito y revender los inmuebles ya fuera para comprar otros más grandes o para obtener ganancias. Los bancos y las instituciones de crédito hipotecario revendían los préstamos bajo la forma de préstamos hipotecarios… La economía globalizada funciona mediante vasos comunicantes. Lo que hace un agente financiero lo imita otro, y no sólo en el país originario: unas financieras les venden a otras en cualquier parte del mundo. El sistema financiero funcionó fuera de los controles de los bancos centrales e incluso con su indulgencia. Sin transparencia en las operaciones se volvió difícil evaluar los riesgos y garantizar la confianza".
Diagnóstico tanto más exacto en tanto que Cardoso no olvida evocar el hecho complementario de que la administración Bush, a la vez que disminuía los impuestos de los ricos sangraba económicamente al país en una guerra costosísima.
En un artículo de opinión publicado en diario El País el 18 de octubre, el excelente escritor Mario Vargas Llosa incide en esta idea de que hemos llegado a esta situación, no por razones intrínsecas al sistema, sino porque la economía habría sido forzada a apartarse de la realidad. Tras advertir que pese al aparente caos en que anda empantanada la economía mundial, el sistema capitalista no se haya en peligro, y ello por la razón simple de que no habría alternativa alguna al mismo, Vargas Llosa anatematiza a los ejecutivos que lanzaron las subprime y otros expedientes, considerando que no eran irresponsables, sino avariciosos y canallas. Los reguladores que han permitido que esto ocurra serían asimismo culpables, al menos de negligencia. El escritor nos exhorta entonces a aprovechar la circunstancia para restablecer una ética inherente al capitalismo, y que consistiría en respetar las objetivas "leyes generales bien orientadas" de la única economía posible.
Tanto el diagnóstico de Vargas Llosa como el de Cardoso plantean no obstante un problema, a saber: ¿se daban realmente las condiciones sociales de posibilidad para que las cosas hubieran sido de otra manera, para que -por ejemplo- se sentaran las bases de una paz y se incrementara la justicia? ¿Es posible detener el mecanismo por el que, en Estados Unidos la disparidad entre los sueldos rompe todos los anteriores récords? En suma: ¿es posible ese capitalismo sin depredadores que predica el bueno de Sarkozy? Seguiré preguntándomelo.