Víctor Gómez Pin
En un artículo de opinión publicado en El País, Carmen Chacón y Felipe González lamentaban la proliferación de "groseras" reivindicaciones económicas por parte de regiones septentrionales, quejosas ante un pretendido parasitarismo de las meridionales, y que serían contrarias a una tradición progresista de solidaridad inter-territorial, implicando en definitiva que el modelo Padania se generaliza y suplanta a lo que otrora tomaba forma de reivindicación cultural y lingüística.
El argumento sería más convincente si los autores abordaran las causas de que ello sea así, y que no son otras que la imposibilidad de que el sistema económico-político universalmente imperante posibilite la menor sombra de fraternidad entre pueblos. Citaré un párrafo de lo que yo mismo escribía a propósito de la inmunda causa de la Padania hace unas semanas en este mismo foro:
"Lejos quedaron los tiempos en que el Norte, a través de los ojos lúcidamente militantes del Visconti de La Terra Trema, se acercaba al Mezzogiorno de los pescadores de Aci Trezza a fin de entender y denunciar las razones contingentes de su postración económica para mejor captar las formas de organización de la vida cotidiana y la dignidad en la confrontación de aquellos hombres con la naturaleza, que hacían de aquel pueblecito meridional el espejo de una arcaica y profunda civilización. Cierto es que larelación de fuerzas permitía apostar a la idea de que el hombre estaba abocado a un destino trágico, pero no a un destino miserable. De aquella disposición de espíritu no queda ya rescoldo, y así el sálvese quien pueda se convierte en lema de individuos y de pueblos".
Nada extraño pues- por ceñirme a nuestro país- en que la relación entre quienes se sienten españoles y quienes se sienten ante todo catalanes, envenenada por columnistas de Madrid que tildan a Montilla de "charnego acomplejado" y lacayo de los nacionalistas, tenga contrapunto en una cronista barcelonesa que se refiere a Cataluña como a la "vaca que todo el mundo ordeña", víctima de "los vampiros que nos rondan"; nada extraño en que a la par que el concepto de España vuelve en ciertos periódicos a adoptar connotaciones que siempre dieron miedo al propio pueblo español) en las declaraciones de nacionalistas catalanes se intercalen declaraciones despectivas que aluden a los trabajadores del campo andaluz o extremeño como parásitos subvencionados de los que conviene despegarse por ser una rémora en la lucha por abrirse paso, en la brutal competición que hoy enfrenta a individuos, culturas, lenguas, y naciones (con estado y sin estado).
A este fétido estado de cosas no se escapa con sermones ni buenos sentimientos. Habrá fraternidad entre pueblos cuando la máxima subjetiva de la acción política vuelva a incluir objetivos de universal liberación, cuando la causa del hombre (abstracta si no plantea las condiciones sociales de posibilidad de realización de la naturaleza humana) vuelva a ser simplemente la causa final. Mientras tanto sólo cabe esperar la escapatoria individual y el desprecio a los que queden rezagados.