Víctor Gómez Pin
En setiembre de 1991 Umberto Bossi anunciaba la creación de la "República de Padania in dependiente y soberana". La proclama se amenizaba con retóricas referencias a la fraternidad de sus habitantes dispuestos a intercambiar como garantía de fidelidad a la nueva patria "nuestras vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado sentido del honor".
Las regiones septentrionales recubiertas por el nombre de Padania no tenían lengua común que hubiera que defender frente a la primacía del Italiano, ni tampoco excesivo vínculo cultural e histórico que las singularizara en el seno de Italia. Tampoco lo necesitaban, pues el programa se sustentaba simplemente en el rechazo. Rechazo a la unidad inter-territorial que vinculaba el Norte a un Mezzogiorno al que Bossi se refería no sólo como indigente, sino como intrínsecamente parasitario. De ahí la distancia (concretamente en España) frente a la causa padana en partidos nacionalistas que reivindicaban idearios de izquierda, y no sólo en ellos. Simplemente en aquellos años la relación de fuerzas imperante en el mundo no permitía aun (aunque ya se había iniciado el camino) que la reivindicación de la libertad de pueblos y culturas se sustentara en el repudio impúdico de comunidades menos favorecidas por el modelo de civilización fabril y el desarrollo capitalista. Gigantescos pasos se han dado desde entonces:
"Nuestro pueblo primero"reza el lema del Bloque Flamenco, partido ilegalizado en 2004 por su carácter xenófobo. Con motivo de la victoria del NVA en las recientes elecciones belgas ciertos comentaristas celebraron como excelente noticia que su líder de Weber hubiera logrado recuperar votos que años atrás capitalizaba la extrema derecha (también en España algunos decían que el ideario político de Aznar tenía la ventaja de hacer inviable la formación de un partido de tipo lepenista). Nada de extraño en esta recuperación si se miran los contenidos políticos: reticencias ante la incorporación de Turquía en la UE, liberalismo económico, privatizaciones, y sobre todo: proyecto de creación de un estado propio que liberara a Flandes del indeseable vínculo con el Sur, ese Sur que, en palabras literales de de Weber, no debería "tener miedo"por su victoria. Palabras que hubieran resultado mucho más convincentes si la campaña electoral no hubiera estado canalizada hacia la denuncia del carácter parasitario de la economía de esa Valonia sureña.
Con motivo de las consultas "sobre el derecho a decidir"en localidades catalanas los dirigentes de Convergencia y Unió han encontrado un asidero para no mojarse en exceso en ese pantano:la independencia no está madura, pero sí debería estarlo…el concierto económico, es decir la gestión independiente por Cataluña de sus recursos. Se esgrimen razones de mayor eficacia técnica, pero en boca de comentaristas y tertulianos, cuando no de los propios dirigentes, se alude a un Sur de masas agrarias habituadas a la existencia parasitaria garantizada por subsidios bajo forma de peonadas que (mensaje más bien explícito que subliminal )estarían pagando en realidad los tan honestos como trabajadores y sufridos ciudadanos de Cataluña.
Ciertamente el Sur es extremamente flexible. Efectiva región meridional en boca de los padanos, el Sur de los flamencos es norte para un parisino, y hasta podría llegar a ser Sur esa Inglaterra hoy repudiada por los nacionalistas escoceses si no fuera que el enorme peso económico y financiero de ese país niega lo que con la palabra se quiere denominar. Pues Sur se ha convertido en sinónimo de territorio de aquellos de los que conviene despegarse por que se les considera una rémora en la lucha por abrirse paso, en la brutal competición que enfrenta a individuos, culturas, lenguas, y pueblos enteros.
Lejos quedaron los tiempos en que el Norte, a través de los ojos lúcidamente militantes del Visconti de La Terra Trema, se acercaba al Mezzogiorno de los pescadores de Aci Trezza a fin de entender y denunciar las razones contingentes de su postración económica para mejor captar las formas de organización de la vida cotidiana y la dignidad en la confrontación de aquellos hombres con la naturaleza, que hacían de aquel pueblecito meridional el espejo de una arcaica y profunda civilización. Luchino Visconti era un milanés alejadísimo por su condición social de sus modelos y protagonistas meridionales, pero sin embargo parece hacer su narración desde las propias entrañas. No se trata de una particular ascesis por identificarse al otro; de alguna manera su sensibilidad era entonces ampliamente compartida. Pues en el mismo Norte industrioso, la moral social ambiente, hacía que el Mezzogiorno fuera percibido como una suerte de Italia secuestrada que, de liberarse, se revelaría en todo el esplendor de una civilización sellada por lo elemental e inevitable, por lo que es común al ser humano en toda circunstancia. De ahí el interés de Visconti por poner el énfasis en la losa económica y social que perturba hasta la corrupción la vida de unos pescadores que son como paradigmas del lazo, siempre conflictivo y hasta trágico, que el hombre mantiene con la naturaleza.
Simplemente el gran Visconti se acercaba al Mezzogiorno con mirada abierta y fraterna, y ello en razón de que tal mirada no sólo era posible sino que constituía un corolario del sistema de valores que entonces regía y que tendía a trabar los lazos entre pueblos e individuos. Entonces la relación de fuerzas permitía apostar a la idea de que el hombre estaba abocado a un destino trágico, pero no a un destino miserable. De aquella disposición de espíritu no queda ya rescoldo, y así el sálvese quien pueda se convierte en lema de individuos y de pueblos. El fantasma de fraternidad que recorría Europa ha sido reemplazado por un nuevo espectro: el del miedo, la conservación a cualquier precio y repudio de todo aquel que desde la perspectiva de los logros propios ofrezca imagen de indigencia. Fantasma de derrota de las aspiraciones a la dignidad y a la libertad inherentes a la naturaleza humana; fantasma, en suma, del Mal.
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Hace unas semanas mantenía en este mismo foro una civilizada polémica con amigos míos como José Lazaro o Fernando Savater sobre la disposición de espíritu que, desde la Revolución de Octubre, había llevado a abrazar la causa del comunismo. Venía a decir que la deriva estalinista (posible en gran parte por el fracaso en la universalización del proyecto y la canalización -en una Unión Soviética paranoicamente temerosa de la contaminación- de las energías a la vigilancia de la población interna) no permitía abolir el abismo que separaba la máxima subjetiva de acción de quien se afiliaba al Partido Comunista de la máxima subjetiva de acción de aquel que simplemente cerraba los ojos ante un sistema cuya premisa es negar la equivalencia salva veritate de los seres humanos y así intrínsecamente generador de esclavitud. Pues bien:
La proliferación de actitudes políticas como las evocadas constituye una muestra del tremendo fracaso para la condición humana que ha supuesto la decepción provocada por la Revolución de Octubre, la renuncia- inevitable quizás dada la relación de fuerzas- a la realización de su ideario y finalmente el desmoronamiento de los países que aun la representaban. Si todo ello no hubiera ocurrido, simplemente los Bossi y compañía no estarían en condiciones de salivar sus impúdicas y odiosas declaraciones, no habría oídos que les prestaran atención, entre otras cosas porque lo que de noble pudiera haber en alguna de sus reivindicaciones concretas sería corolario ( como lo sería la causa de la igualdad entre hombres o mujeres o la de la salud de la naturaleza) de la lucha general por la dignidad del hombre; lucha que la Revolución de Octubre encarnaba paradigmáticamente.
El mal no es la independencia de Flandes o Cataluña. El mal es que la reivindicación de la misma se sustente en el desprecio. El mal es que la causa de dos pueblos con singularidad sustentada en esa cosa tan poco superestructural como es la existencia de una lengua, llegue a confundirse con la a todas luces inmunda causa de la inexistente Padania. Hubo un tiempo que se buscaban las causas de las diferencias sociales y de desarrollo entre los pueblos y se apuntaba a paliar aquello que tuvieran de injustas. Hoy se embrutece a los propios trabajadores en jornadas que retrotraen a la época de Dickens, se canaliza el resto de sus energías hacia la evasión futbolera, y se aliña el conjunto inculcando prejuicios sobre aquellos que no tendrían la suerte de ser tan trabajadores, limpios y eficientes desde el punto de vista de los intereses del sistema, como lo somos nosotros; como decía: el fantasma del Mal.