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El honor de los filósofos

Por 16 de julio de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

"Jean Cavaillès : del debate sobre el infinito al combate por la dignidad" 

En un homenaje al filósofo Jean  Cavaillès, publicado el pasado año en Le Monde Diplomatique con motivo del aniversario de su fusilamiento, el  físico  Etienne  Klein cita algunas de las respuestas del pensador francés ante sus jueces alemanes. Preguntado por las motivos subjetivos que le habían movido a la acción responde que, hijo de soldado, "había sabido  encontrar en la continuidad de la lucha un antídodo para la humillación de la derrota";  responde asimismo que, dado su amor a la Alemania de Kant y de Beethoven, con su postura militante "demostraba que realizaba en su vida el pensamiento de sus maestros alemanes".

En su tarea de filósofo una de las cosas que más interesaba a Cavaillès  era la cuestión del infinito, concretamente el infinito matemático cuya elucidación, a decir de  David Hilbert,  lejos de concernir tan sólo a los intereses de una disciplina especializada afecta a la dignidad misma del espíritu humano. Nacido en 1903 en el departamento francés de Deux Sevres, Jean Cavaillès realiza  estudios de Filosofía  y de Matemáticas en una de las más prestigiosas instituciones de enseñanza, la   École Normale Supérieure. En 1930 obtiene una beca  de la fundación Rckefeller para proseguir estudios  en Alemania. En colaboración con  la  gran matemática  Emmy Noether, alemana y judía, publica la correspondencia entre Dedekind y Cantor, monumento literario relativo al infinito. Una de las cartas se refiere a la demostración  de  que hay el mismo número de puntos en un cuadrado de lado L que en un segmento de longitud L;  comprobando que no hay error en la prueba, Cantor escribe a su colega "Lo veo, pero no lo creo…", es decir: lo concibo pero no lo intuyo,  cosa que hubiera podido decir igualmente de muchas  otras  proposiciones relativas al tema, pues en el  dominio del infinito   no siempre valen las leyes de nuestra intuición finita. Cuando la mente concibe con cartesianas claridad y distinción que  una parte  A  (el conjunto de los números enteros) estrictamente contenida en B (el conjunto de los números racionales) no contiene sin embargo menos elementos que la segunda, cabe la seguridad de que hemos pasado a otro horizonte: el espíritu se halla embarcado en el infinito, lo cual no es en absoluto óbice para  que contemple con lucidez y, de  ser necesario, con  entereza las vicisitudes en el entorno de su existencia empírica.

La primera estancia  de Cavaillès en Alemania es sólo de un año,  pero vuelve a Alemania con frecuencia y comprueba como el nacional-socialismo  circunda el cuerpo social, cuya piel se hace progresivamente porosa al ungüento que acaba así infiltrándose  por entero. Alemania está dejando de ser para Cavaillès la patria de esos héroes intelectuales que evocará  ante sus jueces.

Movilizado al estallar la guerra, da muestras  de gran firmeza en el combate. Cae prisionero en Bélgica pero  consigue  fugarse y vuelve a Francia instalándose en la capital de Auvernia,  Clermont Ferrand, localidad en la que la universidad pública francesa del Estrasburgo ocupado había encontrado refugio. Allí  entra en contacto con la Resistencia y contribuye en 1941 a fundar el periódico clandestino Liberation.

Meses más tarde es nombrado profesor de filosofía  en  París, prosiguiendo allí su militancia clandestina.  Detenido en 1942, consigue de nuevo evadirse, aunque  forzado  ya  a la absoluta clandestinidad. Tras un encuentro con el general de Gaulle en Londres, retorna a la Francia ocupada, encargado de importantes misiones. En agosto de 1943  es detenido por la Gestapo, torturado, encarcelado en Fresnes  y finalmente fusilado el 17de enero de 1944 en la ciudad de Arras.

Hay unanimidad entre los que le conocieron. El deber pasaba  para Cavaillès por  actualizar plenamente  nuestra  condición de seres de razón, sin eludir los extremos en los que ésta a veces corre el peligro de abismarse: de ahí lo ineludible de la cuestión del infinito, auténtico fantasma para el espíritu, obsesión  indisociablemente filosófica y matemática. Mas el deber pasaba también por no doblegarse ante las  circunstancias que hacen imposible precisamente la realización de la condición humana. Esta convicción  le condujo a alternar el  debate conceptual  con el  combate militante, en el cual dio pruebas de una extraordinaria audacia, moviéndose en el filo de la navaja, aplicando su capacidad de lógica a  resolver las necesidades logísticas que permitían el sabotaje de trenes,  y contribuyendo a perturbar la existencia de  los ocupantes nazis y sus colaboradores.

Al  no darse las circunstancias de dignidad social en las cuales cada uno de nosotros pudiera luchar por afrontar los problemas invariantes de la existencia, la actividad de pensar sólo le parecía posible si se asociaba inextricablemente con la actividad militante. Pensar en razón  de la exigencia de subvertir y viceversa: tal era la regla de vida que parecía acompañar a Cavaillès. De ahí los arrestos para escribir en la cárcel  un abstracto  tratado sobre  lógica y  teoría de ciencia. Klein recuerda al respecto las bellas palabras de Cangilhem: "Generalmente, para un filósofo, escribir una moral, es prepararse a morir en su lecho. Pero Cavaillès, en el momento en el que hacía todo lo que es necesario para morir en combate, componía una lógica. Nos dejó así una moral, sin necesidad de haberla redactado".

Cavaillès fuer un gran lector de ese otro pensador del infinito que es Spinoza,  Hubiera sin duda leído con emoción los versos que en 1964, veinte años después del fusilamiento en Arras,   Jorge Luis Borges dedicó al sefardí de Holanda:

"Las traslúcidas manos del judío

Labran en la penumbra los cristales

Y la tarde que muere es miedo y frío.

Las manos y el espacio de jacinto

que palidece en el confín del Gheto

casi no existen para el hombre quieto

que está soñando un claro laberinto

No lo turba la fama, ese reflejo

De sueños en el sueño de otro espejo

Ni el temeroso amor de las doncellas

Libre de la metáfora y del mito

Labra un arduo cristal: el infinito

mapa de Aquel que es todas sus estrellas".

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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