Víctor Gómez Pin
El asunto que evocaba en la columna anterior se halla directamente vinculado al problema del peso del sujeto en la observación cuántica, en la operación de archivar y consignar los resultados en un proceso de medición, y de hecho es indisociable del problema del realismo en un sentido fuerte, es decir, de la existencia o no existencia del universo como conjunto unificado de entidades provistas de propiedades, aun en ausencia de todo testimonio relativo a tal estado de cosas.
La teoría cuántica se ha encontrado ante el dilema de determinar si una medición nos da información sobre el estado de cosas que precede a la medición, o solamente sobre el estado de cosas que resulta de la propia medición. Y digo que se ha encontrado ante ese dilema porque a pesar de los protocolos teóricos y las concreciones experimentales que se suceden desde hace medio siglo y que van más bien en el sentido de la segunda hipótesis, la asunción de la cosa se antoja tan enorme que no han cesado de surgir tentativas para hace compatible el trabajo efectivo de la física cuántica con hipótesis realistas, deterministas y causalistas que permitan excluir la tesis de que el mundo físico se halla en un grado importante regido por el azar (1), pero sobre todo excluir la tremenda tesis antropológica según la cual, el singularísimo papel que el hombre juega en la configuración del mundo, hace imposible su reducción a momento en el devenir de ese mundo.
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(1) Ejemplo elemental: un fotón polarizado en un ángulo equidistante entre la vertical y la horizontal que se encuentra con un polarizador horizontal, tiene cincuenta por ciento de posibilidades de pasa o no el filtro, sin que quepa atribuir el comportamiento efectivo a otra cosa que el azar.