Víctor Gómez Pin
El Narrador dice que uno de sus deberes, o por lo menos ideal de deber (pues puede tener deberes que le aparten de éste) es liberar de las contingencias del tiempo en una metáfora. ¿A quién se libera? A los seres humanos que son un paradigma de nuestro destino. Obviamente no se trata de liberar del tiempo físico, lo que constituiría un proyecto meramente delirante. Se trata de liberar de aquello que aparta al ser humano de su destino; contingencias del tiempo de los seres hablantes, no contingencias del tiempo que arrastra a minerales o bacterias.
Pues entre nosotros hay toda clase de aspectos esencialmente superfluos (por dolorosos o festivos que hayan podido ser), toda clase de vicisitudes que pudieran no haberse dado; esto incluso marca el destino de la inmensa mayoría de los humanos. Algunos de estos seres son rehabilitados por la mirada del artista o del narrador. Rehabilitadas en los aspectos mismos que parecen carecer de relieve:
Personas que tienen una profesión convencional y una situación social o afectiva homologable a la de cualquier otra, son erigidas en paradigma, sufren una suerte de mutación. De tal manera que Starbuck, el segundo de a bordo en Moby Dick, nada tiene que ver con el segundo de a bordo del barco que empíricamente hayamos tenido ocasión de conocer en nuestras vidas. Los marineros del Nantucket, el pastor que ante ellos evoca a Jonás (en la que será de hecho la última homilía que oirán), los armadores, las esposas de unos y otros, todos los personajes de este profundo relato tienen una función social totalmente anodina. Pero en lo anodino la frecuencia de luz que Melville proyecta es causa de mutación. Un aspecto nuevo es entonces revelado, aspecto en el que nadie había reparado y que resalta sobre todo lo que antes parecía relevante y que ahora ha quedado reducido a sombras.