Víctor Gómez Pin
Cuando tenía ya redactado el texto anterior leo en un diario un extracto del discurso del Presidente del gobierno en las Cortes relativo a su actitud ante el conflicto de controladores aéreos: "Los privilegios excesivos son difíciles de erradicar, hay que tener mucho valor y mucha determinación para hacerlo".
Sin duda, y en lo esencial el señor Presidente se muestra al respecto sumamente juicioso y prudente. Pues se limita a atacar privilegios que al propio sistema no le parecen procedentes. En ningún momento ha intentado erradicar los "privilegios excesivos" que son consecuencia de los buenos servicios prestados al sistema, privilegios que resultan de haber sido el "siervo laborioso y honesto" de la parábola bíblica, que merece el reino de los cielos por haber hecho fructificar (con la ayuda de los banqueros o convirtiéndose él mismo en prestamista) los tres talentos que su Señor le había prestado. El señor Zapatero se ha limitado a ser valeroso con los controladores aéreos, anatematizados por todo el espectro de la sociedad, pero también con los parados de larga duración cuyo subsidio difícilmente podía ser considerado un "privilegio excesivo"
Señor Presidente del Gobierno: asumir que un político sólo puede hoy hacer lo que cabe hacer (que de otra forma simplemente le echarán)… !no implica que sea uno mismo quien lo hace!
Pues no deja de haber un aspecto moral del asunto. Renunciar a hacer otra cosa que lo que cabe hacer, en el marco de la sociedad humana marcada por los imperativos del mercado, no significa que se es fiel a lo que cabe hacer en el marco de la sociedad humana pura y simple. Aquí también hay una cuestión de afirmación o nihilismo. El análisis marxista del funcionamiento del Capital era profundamente subversivo porque, a la vez que denunciaba los sentimientos biempensantes (esa tentativa de "compensar" lo intolerable, tentativa que constituye la esencia del funcionamiento caritativo) ponía de relieve que el hombre en su esencia aspira a la realización de potencialidades creativas que hacen de él un singularísimo caso en la historia evolutiva. Sin esta concepción afirmativa de la esencia del hombre, no hubiera podido denunciar con tal lúcido vigor los estragos de ese prodigioso generador de alienación que es es Capital:
Marx señalaba que, invirtiendo su dinero en mercancías que han de servir de materia para un nuevo producto, e incorporando en tal labor de la fuerza de trabajo de los hombres "el capitalista transforma el valor, el trabajo pretérito, materializado, muerto, en capital , es decir, en valor que se valoriza a sí mismo, en una especie de monstruo animado que rompe a ‘trabajar’ como si encerrase un alma en su cuerpo".
Glosando este y otros textos, Javier Echeverría (con quien hoy intercambio correspondencia sobre asuntos científico-ontológicos) escribía hace ya treinta años:
"Al dar M [portador de la fuerza de trabajo convertida en mercancía] a luz una obra suya, dicho producto le es arrebatado. Nunca se sabe quién es el autor de un producto manufacturado: obra de todos, su propietario es quien ocupa el lugar correspondiente, el de dominio en el juego… Cuando las mercancías son transformadas por aplicación de una muy específica [la que constituye] la fuerza de trabajo, la vida que se enterró en ellas surge al conjuro de las nuevas manos que las modelan y transforman, hasta el punto que se produce valor…En el proceso productivo las cosas recuperan vida por un momento, renacen al contacto con el cuerpo vivo que trabaja sobre ellas. Al cabo del proceso, retornan al papel de cosas inanimadas. De la metamorfosis ocurrida en el intermedio sólo queda como símbolo un aumento del valor que corresponde a dicho producto, valor que será materializado inmediatamente por el capitalista…"
Sin duda hoy habría que actualizar los ejemplos. La manufactura no es la expresión paradigmática de la fuerza de trabajo. Pero el proceso de rapiña de las potencialidades del ser humano no ha cambiado. Y cito aquí a Javier Echeverría en lugar de otros que han glosado a Marx, por la proximidad y la nostalgia: nostalgia de unos años en los que, fueran cuales fueran nuestros intereses filosóficos y siendo grandes nuestras diferencias políticas, estaba claro para todos nosotros que la actitud filosófica es incompatible con la alcahuetería o la complacencia con un sistema social sustentado en la convicción de que la vida del hombre, inevitablemente trágica, también ha de ser miserable. Miseria que además del explotado afecta asimismo al gestor de la explotación y al propio "amo". Cito de nuevo a Javier Echeverría: "[el capitalista] no conoce a su enemigo, pues sólo trata fuerzas de trabajo". No conoce en definitiva al ser humano.