Víctor Gómez Pin
En este foro me referido en varias ocasiones a la contradicción en la que se encuentra el pensamiento cuando intenta hacer compatibles los indiscutibles logros de la física cuántica en lo relativo a la descripción y previsión de los fenómenos naturales con la fidelidad a principios que parecían inviolables; principios que a los ojos de un Einstein eran condición de posibilidad de poder hablar de ciencia física, y que de hecho son la base de nuestra confianza en que las cosas en nuestro entorno se desarrollen con regularidad y no de manera puramente azarosa.
Sea simplemente la arraigada convicción de que una cosa tiene propiedades objetivas mediante las cuales difiere de las demás cosas, y no se halla afectada por lo que pase a las segundas más que si se da un lazo de contigüidad entre ellas (no te afecta la gripe del otro mas que si hay contigüidad, contagio si se quiere).
Cabría mostrar que en esta convicción de doble vertiente se sustenta nuestra percepción convencional del mundo. Mas como la interpretación canónica de la mecánica cuántica la ponía en entredicho, Einstein aventuró la conjetura de que la contradicción quedaría resuelta si se daban ciertas variables que escapan al observador. En suma: las variables ocultas de Einstein garantizarían la validez de las descripciones cuánticas y garantizarían a la vez:
a) El poder atribuir a una cosa determinada propiedad P que sería suya con independencia de que sea o no observada, e indiferente a la existencia en esa cosa misma de otras propiedades, eventualmente incompatibles entre sí. No se nos ocurre (mera analogía) considerar por ejemplo que la magnitud de una cosa ha de verse modificada en función de que esta cosa tenga color blanco o tenga color negro.
b) El poder asegurar que una cosa tiene su lugar, en la que se halla a resguardo de lo que le suceda a una cosa ubicada en otro lugar (localidad).
Es de señalar que ambos principios, por natural y evidentes que parezcan, se revelan simplemente incompatible con la física cuántica, de tal manera que, o bien renunciamos a los logros de tal disciplina o bien renunciamos a hacer de lo enunciado en ellos una ley general de la naturaleza. Pues bien:
Lo enunciado en a) es puesto en entredicho por un teorema conocido como de Kochen -Specker[1] El ataque a lo enunciado en el punto b) queda asociado al nombre del físico británico John Bell. De algunos desarrollos (curiosísimos por su enorme peso filosófico) del teorema de Bell me seguiré ocupando, de manera (como dicen los físicos) cualitativa, o sea sin recurso a formalismos.
[1] El teorema llamado de Kochen-Specker, se enmarca en las discusiones relativas a una teoría einsteniana que intentaba explicar las diferencias de comportamiento entre entidades aparentemente idénticas sosteniendo que en realidad no eran idénticas sino similares. De tal teorema se extraen consecuencias como las siguientes: la variable oculta que explicaría el valor fijo del observable físico A tendría que ser alterada en función de si a la vez se está midiendo un segundo observable B, o si se está midiendo un tercer observable C, cuando se da la circunstancia de que estos dos últimos observables, aunque compatibles con el primero, son incompatibles entre sí. Pues entonces, si tras haber observado B se pasa a observar C, la variable pasaría de ser explicativa de la pareja A-B a ser explicativa de la pareja A-C. Este carácter por así decirlo dialéctico de las propiedades ocultas de las cosas traiciona el espíritu mismo de la teoría