Víctor Gómez Pin
Finalizados sus derechos a la indemnización del paro, Djamal Chaar se inmola por el fuego el trece del pasado febrero frente a la oficina de empleo de la ciudad francesa de Nantes. El cuatro de marzo el suicida es una persona activa, trabajador de…Telecom, empresa tristemente asociada desde hace años a una secuela de suicidios de sus trabajadores. El seis de marzo nueva tentativa de inmolación por fuego esta vez en la localidad de Bois- Colombes. Hace sólo unos días nueva tentativa frustrada, también por el fuego. Así, en países no tan brutalmente afectados como España, la miseria sigue cebándose sobre fracciones enteras de la población y conduciendo en ocasiones a la inmolación como protesta, cuando no simplemente a tirar la toalla.
En la base tenemos un mecanismo social en el que los individuos son determinados en su trabajo a alcanzar objetivos estrictamente parcializados, cuyo sentido (que sólo viene dado por una consideración global) se les escapa, son valorizados exclusivamente por la productividad individual, son conducidos a interiorizar este sistema de valoración lo que, en caso de fracaso, conduce a la caída de la autoestima, la cual puede simplemente colapsar si se pierde el trabajo. Trabajo inmundo sin duda, pero que constituye el principal marco en el que se forjan vínculos interpersonales, ya sea en los raros momentos de asueto para comentar lo aleatorio de un resultado deportivo.
De ahí que el suicidio de estos seres, parados o no parados, sea mayormente indicativo de la enfermedad de la sociedad que de la psicología de la víctima. Ello es obvio cuando el suicida está realmente deprimido, cuando tira la toalla por sentir que carece de fuerzas para sobrevivir en el pantano, pero no deja de ser cierto cuando se trata de un suicidio protesta, cuando por su acto el suicida se homologa al kamikaze, que apunta a destruir la causa del mal.
Pues simplemente ¡este no era realmente el combate! O en todo caso no debería haberlo sido no era aquella confrontación que podía esperar cuando desde sus ojos de niño fue entendiendo que hay tremendos avatares en la vida. Es un auténtico escándalo que un ser humano sea conducido a pensar que hallarse en la cuneta del carril de valores hoy imperante es simplemente hallarse en la cuneta de la vida humana. Pero es asimismo tremendo que la energía de la que el ser humano es capaz, la fuerza del pensamiento y del lenguaje que relativiza la vida precisamente para conferirle un sentido, tenga que ser focalizada en combatir un mal que no es inherente a toda sociedad, un mal tan pestífero como contingente, un mal que se halla en las antípodas del mal que, como correlato del bien, forja la polaridad trágica de la condición humana. Abocadas a morir por un estado de cosas que un ser humano podría perfectamente no haber siquiera conocido, abocadas a morir en razón de un dispositivo contingente pero efectivamente letal para los seres humanos, las personas víctimas de tal mal han sido en primer lugar desposeídas de su propia vida, tras lo cual lo son asimismo de su propia muerte: desposeídas del sentido profundo de la confrontación a la muerte.