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Boulevard voltaire

Por 18 de noviembre de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

El París al que llegué siendo aun casi adolescente era una ciudad faro. Imagen de vitalidad política y cultural y  paradigma de  unas  libertades todo lo formales que se quisiera pero consideradas preciosas por los que carecían de ellas. Recuerdo la presencia en muchos lugares de enormes carteles con la imagen de Franco y un texto firmado por relevantes nombres de la ciencia y el arte que decía: "Que se lo lleve el diablo y con él a todo su execrable régimen vergüenza de Europa".

Vergüenza abstracta para Europa, pero vergüenza muy concreta para los centenares de miles de  españoles  que (en Paris como en  ciudades fabriles de Bélgica, Alemania o  Suiza) vivían un esencial desarraigo,  pasando  de ser considerados como amenaza potencial  para las conquistas  laborales duramente conseguidas, a ser objeto de paternalista conmiseración por, además de pobres, llevar el estigma de haber crecido en la opresión  y la barbarie. Pues  haber nacido, o  al menos vivido,  en democracia era además de un privilegio un signo de distinción [1]

Me instalo de nuevo en París muchos decenios después, y el azar hace que lo haga en el Boulevard dedicado a ese Voltaire paradigma de  la Francia de la laicidad  y el  librepensamiento. Un París dónde  la imagen tristemente pintoresca del clochard ha sido reemplazada por sombrías figuras que hurgando en las poubelles y apostados a la salida de las tiendas y los teatros, encarnan la nueva mendicidad,  hija de la  generalizada ley que, de Praga a Lisboa, marca  el destino a todos los que van quedando en los arcenes del sistema y de la vida; todos aquellos a los  que El Capital (como el Señor de la parábola de los tres talentos) considera "siervos ruines y perezosos" que no han sabido poner a su servicio las muchas  o pocas capacidades de que fueron dotados.

El  París que encuentro ha multiplicado el número de  "soupes populaires", y al igual que  en  otras urbes europeas, el incremento exponencial de solitarios y desclasados   incrementa asimismo la paranoia y la desconfianza. Y no obstante hay en París como un rescoldo de resistencia, un rescoldo de ideario republicano, que se traduce concretamente en las dificultades que el gobierno francés ha tenido ( y a mi juicio va a seguir teniendo) para erigir en norma las exigencias tiránicas del mercado. Resistencia que algunos ( cronistas españoles con cierta frecuencia)  consideran precisamente como signo de la decadencia de Francia y de su impotencia para seguir contando entre los poderosos del mundo.  En  cualquier caso  Francia es el país dónde la extensión de los valores  lepenistas ( compartidos por gente   no vinculada   directamente al partido del matón)  abrió el espacio de la nueva intolerancia europea… y a la vez es  el país que más parece resistir a la misma. Vivir hoy en París implica asumir esta contradicción y luchar porque se resuelva en el sentido compatible con la dignidad.

En este  día en que escribo, símbolo del tantas veces grisáceo  y áspero noviembre parisino, las  imagenes de  soledad  y  renuncia  apagan el espíritu. Pero en el Boulevard Voltaire ondean aun banderas rojas  y en un bistro contiguo a la boca del metro ha llegado un vino primeur de Gascogne. Quizás no todo ello es figura del pasado. 


[1]          Ya he tenido ocasión de señalar  que los hijos de zonas rurales de España que en lugar de emigrar al extranjero lo hacían  a Cataluña o el País Vasco eran objeto de una marginación suplementaria en razón de que  el régimen intentaba servirse de ellos para diluir la lengua y cultura locales, lo que hacía que en ocasiones fueran considerados como enemigos objetivos de las mismas por los propios resistentes nacionalistas. Eran los terribles tiempos en los que la palabra "coreano" y "charnego" sintetizaban tanto el desprecio al hijo del subdesarrollo como al representante de la   identidad española que – ya entonces- alejaba de Europa, esa Europa a la que uno sí  pertenecía. Sabido es que, en Catalunya sólo los comunistas del PSUC luchaban consecuentemente contra esta injusticia, e intentaban aunar la causa general de los trabajadores y la de las libertades culturales y lingüísticas. Temo que la desaparición de los   idearios  liberadores que el PSUC encarnaba se hallan llevado también  por delante este anhelo de confraternización.

 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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