Víctor Gómez Pin
Podía mantener su cabeza entre mis manos, podía acariciarla, pasar largamente mis manos sobre ella, mas, como si hubiera manejado una piedra que encierra la salumbre de los océanos inmemoriales, o el espectro de una estrella, sentía que tan solo tocaba el entorno cerrado de un ser que interiormente accedía al infinito. (III, 888)