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Asuntos Metafísicos 82: Tras la ciencia…Humanismo filosófico

Por 22 de enero de 2015 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

Entre los pensadores griegos, algunos privilegiaron el testimonio  de  los sentidos  a la hora de buscar un fundamento a la diversidad natural (fuego, agua…) y  otros, por el contrario, consideraron como realidad física última lo que los sentidos no podían percibir (átomos, figuras geométricas puramente ideales). Un tiempo incluso pudo pasar desapercibido el hecho de que en este segundo caso el único testigo de que había una realidad primordial era precisamente el intelecto. Pero el problema sin embargo acabó por estallar: surgió un combate entre los sentidos y el intelecto, reflejado en un célebre fragmento atribuido por Galeno a Demócrito:

"Por mera convención nos referimos al color, y también por convención hablamos de  lo dulce, por convención asimismo nos referimos a  lo amargo; en realidad sólo hay átomos y vacío" aserta el intelecto. Mas al escuchar  tal cosa los sentidos (aistheseis) responden al intelecto: "Pobre intelecto, pretendes vencernos a nosotros que somos las fuentes de tus evidencias. Tu victoria será tu derrota" (Diels B 125). 

De hecho el intelecto podría responder: Incluso el que  afirma que aquello a lo que todo se reduce es algo perceptible, como  el agua o el aire, está haciendo que legisle el intelecto. Pues los sentidos perciben el agua pero no perciben que todo sea agua.   Y lo mismo ocurre cuando, gracias al discurrir del intelecto,  se erige en verdad científica  que el  planeta  Tierra gira en torno al Sol. A lo cual los sentidos podrían ciertamente responder  que   no hubiéramos razonado al respecto sin la percepción sensible, para la cual es el sol  el que se desplaza…

¿Es este debate sobre el intelecto y los sentidos  un debate científico? Lo único seguro es que se trata de un debate concomitante a la ciencia, un debate que no se hubiera dado fuera de la disposición de espíritu que conduce a la ciencia, encarnada por los físicos jónicos. Y en ello difiere radicalmente de las consideraciones sobre el alma humana que surgen en otros contextos. Pero la ciencia no plantea este debate, la ciencia ha tomado partido aun in saberlo, ha  priorizado el intelecto.  Darse cuenta de que es así y focalizar sobre tal asunto la atención ya no es cosa de la ciencia sino precisamente apertura a la filosofía.

Y no se trata tanto  de un debate entre "realismo" e "idealismo" (ambas partes reivindican lo suyo como real y acusan a la otra parte  de vivir entre fantasmas), salvo si por real se entiende  lo que daría soporte a todo lo demás, lo que es condición del resto sin que la recíproca sea cierta, y en suma: lo incondicionado.  Para el atomista tal estatuto ha de ser otorgado al vacío y los átomos. Pero estos candidatos sólo están representados por el intelecto, de tal manera que, en última instancia, lo  incondicionado sería el intelecto mismo, es decir, una facultad específica del hombre. Y como acabo de indicar escapan  de hecho a tal conclusión los que afirman como   incondicionado algo material como el agua. La única manera de evitar el poner al intelecto en el centro sería dejar de hacer ciencia, dejar de hacer lo que hicieron, Tales, Anaximandro, Anaxímenes…O bien hacer ciencia y no preguntarse por lo que has hecho, no dar el paso a la filosofía.

¿Quiero ello decir que si retornamos a la mera confianza en los sentidos, evacuaríamos al intelecto y con él al hombre? En absoluto. El enfermo de ictericia, a quien la miel sabe amarga, posibilitará que surja  la interrogación filosófica y ésta, por un camino diferente conducirá de nuevo al hombre. Pues si la miel es dulce para uno y amarga al otro, pero nos negamos a que el intelecto legisle respecto a qué es la miel en sí… sólo vale la mera subjetividad. Mas entonces entra en juego   la conocida sentencia de Protágoras según la cual todas las cosas tienen en el hombre el patrón de medida (Pánton xremáton métron èstin ántropos… DK 8ob1)  La sentencia precisa que se trata tanto de medida "de las cosas que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son".

Muchas son las interpretaciones que se han dado de la frase  y no todas van en el sentido del relativismo subjetivista. Aquí mismo he aludido a una posible    interpretación fuerte según la cual  el ser humano constituiría la condición de que las cosas tengan no sólo  una significación y un peso en una escala de valores, sino incluso una determinación precisa.  Pero en cualquier caso estaríamos también debatiendo sobre la centralidad del ser humano.

Los  asuntos del ser humano  también ocuparon a los llamados fisiócratas, y que eran de hecho  los que reflexionaban sobre la naturaleza, o sea, los físicos de la Antigüedad. Algunos de sus sucesores dejaron ya de ocuparse de la primera parte, dejaron de ser físicos. Entre unos y otros alimentaron un debate que, emulando a Platón, puede calificarse como "lucha de gigantes en torno al ser".  En tal combate sigue hoy la filosofía en ocasiones brotando asimismo de la física,  del trabajo de  los físicos, los nuevos Tales, Anaximandro, Anaxímenes …

Cuando la reflexión sobre el hombre no es paralela al conocimiento de la naturaleza, sino que surge precisamente de ésta, cuando la  exigencia misma  de determinar la physis  conduce a tomar muy en serio la hipótesis de la irreductibilidad del hombre a una especie natural entre otras especies naturales, entonces el humanismo es filosófico. Diferencia radical respecto a las actitudes en las que la consideración de la trascendencia del hombre procede de una pulsión del espíritu directamente opuesta al acto de conocer.

Ciertas mentes positivistas han reprochado siempre a la filosofía una suerte de caída en la tentación de absoluto que la haría sospechosa a los ojos del ascético  rigor de la ciencia. Lo más curioso es que esas mismas mentes  nada tienen que objetar a la promesa de absoluto cuando se presenta desnuda. Una sería la causa de la verdad científica y otra la causa de la verdad religiosa. La  filosofía, meramente, se niega a esta dicotomía; la filosofía  busca en la razón misma la confianza en que las vicisitudes de la vida empírica no agotan la cosa cuando del hombre se trata. 

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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