Víctor Gómez Pin
Cabe preguntarse: ¿en qué disciplinas como la mecánica cuántica pueden aportar a nuestro intelecto un enriquecimiento de tal magnitud que sea posible hablar de promesa filosófica? Basta quizás recordar que somos seres naturales y que en consecuencia una trasformación relativa a nuestra percepción de las estructuras básicas de la naturaleza implica una modificación de las representaciones que nos hacemos de nosotros mismos. La mecánica cuántica se ocupa del comportamiento de las partículas elementales, y si tal comportamiento se revelara no obedecer a reglas que habíamos supuesto inviolables tendríamos todo el derecho a interrogarnos críticamente sobre el peso que ha tenido en la configuración de nuestra subjetividad el conjunto de las mismas. Hay incluso razones para pensar que nuestra subjetividad ha sido algo más que sobredeterminada por la interiorización de tales reglas, y que en realidad no habría sujeto fuera de las reglas mismas.
Obviamente hay ya un animal humano ante de que, por ejemplo, el sentimiento de alguna forma de localidad haga a un niño renunciar a la esperanza de tener influencia sobre lo que no está a su alcance. Mas es difícil considerar que ese animal humano para el cual la localidad aun no impera es ya un ser humano plenamente actualizado. Ya he señalado que los principios son equivalentes a las orteguianas ideas que somos y no a las ideas que, como seres ya previamente constituidos, podríamos eventualmente llegar a tener.
Por eso confrontarse al problema de la prioridad ontológica entre los postulados cuánticos y los principios que han determinado nuestras concepciones de la naturaleza (en un espectro que va cuando menos de Aristóteles a Einstein) supone literalmente confrontarse a lo que somos. Extremo en el cual el problema de la metafísica se revela indisociable del problema fundamental, el problema antropológico, la cuestión del ser del hombre.