Víctor Gómez Pin
Me he referido aquí en múltiples ocasiones a la enorme trascendencia del teorema de Bell, enfatizando el hecho de que a partir del mismo la filosofía de nuestro tiempo se ha visto forzada a poner sobre el tapete la cuestión de los principios sustentadores de nuestras representaciones de la naturaleza. Para ilustrar esta tesis me permitiré hoy una hipótesis fantasiosa.
Sabido es que Newton no estaba en situación de dar cuenta de las razones de esa aparente atracción a distancia que supone la gravedad, y que toma la decisión (cargada de peso en la historia del pensamiento) de hacer abstracción del problema: "No he logrado deducir de los fenómenos las razones de la gravedad y no aventuro hipótesis alguna- hipótesis non fingo". Consecuencia de esta actitud fue el legitimar la generalización por inducción, haciendo de la misma el fundamento de lo que el denomina "filosofía experimental", posición que le sería reprochada en su día por Kant y antes por Leibniz, entre muchos otros. Pues bien:
Supongamos por un momento que alguien al que denominaremos E. hubiera barruntado alguna hipótesis explicativa, como una premonición de la teoría del campo gravitatorio, y que hubiera defendido en los medios científicos la necesidad para la física (reacia por hipótesis a considerar fuerzas sin causa) de incluir entre sus objetivos fundamentales la necesidad de encontrar tales causas.
Supongamos que en estas circunstancias un tercero al que cabe denominar B preguntara a E cuales eran las condiciones mínimas a las que habría de responder su teoría aun puramente en embrión, y que E avanzara efectivamente una respuesta con pleno acuerdo de la comunidad científica. Fuera cual fuera, la razón explicativa de la gravedad que un día se llegaría a encontrar tendría como rasgo esencial R. Pues bien:
Supongamos que el protagonista designado como B hubiera entonces demostrado que el rasgo R implica que el cuerpo sometido a fuerza gravitatoria no puede en ningún caso superar una aceleración por ejemplo de 9.5 metros segundo al cuadrado.
Confrontando entonces la hipótesis con experimentos efectivamente realizados por un investigador llamado A (que muestran por ejemplo aceleración 9.8 metros segundo al cuadrado en el entorno de la tierra) cabría inmediatamente concluir que la conjetura no es viable, y que mejor es no aventurar hipótesis alguna que aferrarse a una que tiene como determinación esencial un límite matemático que entra en contradicción con los fenómenos.
Obviamente nada de esto ha ocurrido y por ello la gravitación ha encontrado en la historia de la física perfecta razón de ser. Simplemente, como tantas veces ha ocurrido en la historia del pensamiento, Newton ignoraba aun tal razón, se trataba de una variable oculta al saber de la época, pero que con esfuerzo acabaría siendo desvelada. Mas identificando a Einstein con E, a Bell con B y al físico experimental Alain Aspect con E, tenemos un análogo de lo que efectivamente sí ha ocurrido en el marco cuántico.
Pues precisamente, a diferencia de la atracción gravitatoria, la relación que se da entre acontecimientos cuánticos distanciados espacialmente (en el sentido técnico de que en el tiempo que los separa la luz no llegaría a alcanzar la distancia espacial) se revela violentar el rasgo más general inherente a toda hipótesis explicativa. Y una cosa es que aun no haya explicación y otra cosa es que no pueda haberla, al menos si por explicación se entiende lo único que cabe hasta ahora entender: insertar un fenómeno dado en un conjunto de principios, los cuales obviamente no pueden ser explicados ellos mismos.