Víctor Gómez Pin
El físico británico Chris J. Ishman hacía hace casi veinte años y en un manual para estudiantes de Física (Lectures on Quantum Theory, Imperial College Press London, 1995), una curiosa reflexión sobre la pasión que en ocasiones embarga a los científicos:
"La interpretación de la teoría cuántica es un poderoso ejemplo de este fenómeno: no es inusual encontrar un físico o filósofo de la ciencia, defendiendo una posición específica con tal fervor y pasión que ultra-pasa con mucho el grado de emoción asociado normalmente con las creencias científicas: en efecto, a veces se diría que su propia existencia dependiera de los resultados del debate."
Esta actitud emocional de los físicos cuánticos se explica por lo que está en juego en aquello que la mecánica cuántica se ve obligada a poner en entredicho y que de hecho podría está detrás de algunas de las motivaciones más usuales que mueven a los hombres. Por ello no debería sorprender (aunque sea totalmente inusual) que en en el texto técnico de Ishman haya una referencia al Psicoanálisis y concretamente una cita de alguien controvertido comoera C. G. Jung ( que nunca he leído más que fragmentariamente y ante el que siempre he tenido más bien prevención) relativa a la idea de causalidad, su aleatoriedad, y el modo en que esta aleatoriedad misma puede determinar hasta el desvarío la subjetividad de los seres de razón:
"De igual manera que la conducta sexual frecuentemente transforma al hombre en un monstruo, también la categoría elemental de causalidad puede llegar a adquirir los caracteres de una necesidad, una insaciable exigencia que arrastra todo consigo y para satisfacer la cual la cual las personas pueden incluso sacrificar sus propias vidas. Se trata de una infatigable pulsión que nos inflama y que hace despreciar todas las arduas tareas e imperativos de los hombres, haciendo que sonriamos ante aquello que los demás hace llorar"
Lo que Isham pone de relieve en esta cita es el enorme poder emocional que son susceptibles de vehicular las categorías más abstractas, aquellas que no son objeto de reflexión porque aparecen más bien como condición de posibilidad de la reflexión misma. Enorme poder emocional de aquellos conceptos o categorías que Ortega denominaba ideas que somos, por oposición a las ideas que tenemos, es decir, aquellas que engrasan nuestra relación cotidiana con el entorno y los demás y que en última instancia tienen soporte en las primeras.
Decía que no es usual que se evoque a psicólogos o psicoanalistas en un texto rigurosamente técnico de Física. Menos usual es aun encontrar una preciosa referencia al Jorge Luis Borges de 1964, en la que el escritor se refiere a la más o menos consciente voluntad del hombre de constituirse en soporte del mundo. Guiado por tal voluntad el hombre forja imágenes de regiones, valles, montañas, barcos, islas, instrumentos de conocimiento, estrellas o galaxias, para finalmente, cercana ya la hora de la muerte, descubrir que el laberinto de rasgos que ha venido forjando sólo designa la imagen de su rostro. Y el físico británico glosa su cita del escritor argentino poniendo el énfasis en que las "verdades" que creemos ser la referencia de nuestras construcciones no sólo son quizás fruto de esas mismas construcciones, sino que precisamente por ello pueden llegar a erigirse en causas cargadas de peso dogmático. Ello explica en parte la virulencia con la que, desde Einstein al matemático René Thom se han criticado las implicaciones filosóficas de la interpretación standard de la física cuántica.