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Asuntos metafísicos 21. Individualidad, causalidad y realismo

Por 31 de octubre de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

En la columna anterior dado un avance sobre el principio ontológico fundamental de  contigüidad- localidad el cual, a modo de una de esas "ideas que somos" de Ortega, rige en todo momento  nuestras relaciones con el entorno físico, sin necesidad alguna de  que tal principio sea objeto de reflexión consciente. Señalaré de pasada que ni siquiera  la creencia en los poderes mágicos pone en cuestión la certeza de que la naturaleza está regida por la contigüidad. Al  contrario: estamos bien seguros de que el mundo está hecho de tal manera   que   agujereando la cabeza reproducida de nuestro enemigo ausente no tenemos influencia física alguna sobre el mismo, y por ello mismo recurrimos  a los   poderes del mago, los cuales son literalmente sobrenaturales. Volveré sobre este poder de los principios ontológicos, tras introducir hoy tres más de entre los mismos.

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La tierra y la luna se influyen mutuamente, influencia reflejada por ejemplo en el fenómeno de las mareas, y cuando reflexionamos sobre esta influencia mutua estamos pensando en el complejo tierra-luna como un todo. Ello sin embargo no nos hace pensar que la tierra y la luna han dejado de existir como entidades separadas y que han perdido   sus propias determinaciones. Cada una de ellas tiene  en cada instante una posición en relación al sistema solar y asimismo una velocidad, es decir: seguimos considerando a la tierra como una cosa dotada de propiedades que forman un individuo,  o sea,  un conjunto unificado o  indiviso, separado de ese otro conjunto indiviso que es la luna. Principio de individualidad  que asimismo (basta reflexionar un instante) está implícito en nuestro lazo inmediato y cotidiano con el entorno natural.

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Sabemos que el alcohol que estamos ingiriendo nos producirá muy probablemente una crisis hepática, y al no dejar de ingerirlo tenemos quizás el molesto sentimiento de que nosotros mismos estamos siendo la causa  de nuestro (lamentable) estado futuro. Pero una vez  inmersos en la  resaca no tenemos la menor esperanza de poder influir  sobre la situación que la provocó. Interna certeza de la imposibilidad  de   intervenir sobre el pasado, que, junto a la certeza de que todo lo que acontece tiene causa,  da testimonio   de nuestra profunda interiorización del principio de causalidad.

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Ante ese malestar provocado por  haber inerido alcohol, constatamos que fue un alivio el tomar un caldo de verdura y  así, en la siguiente ocasión, volvemos al mismo remedio, dando por supuesto que, siendo las circunstancias coincidentes, los efectos del caldo en nuestro cuerpo  también lo serán. Y de no darse el resultado,  concluiremos  que  en realidad estábamos equivocados, diremos  o bien  que  las condiciones  de nuestro organismo diferían, o bien que al caldo le faltaba o  sobraba algún ingrediente. Esta razonable conclusión significa simplemente que funcionamos en conformidad al principio de determinismo,  por el cual el devenir de dos cosas o circunstancias idénticas  es  asimismo  idéntico,  salvo intervención desconocidas variables en el arranque, con lo cual la aparente identidad sería mera similitud, o de influencias exteriores en el proceso.  Y en su vertiente cognoscitiva este principio nos dice que si tuviéramos el conocimiento de todas las variables en el arranque de un proceso no sometido a nuevas influencias (ese proceso que constituye el mundo por ejemplo) podríamos prefijar cada uno de sus eventos. [1]

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En fin,  nos relacionamos con esas cosas del entorno dotadas de propiedades, con el sentimiento bien anclado de que las mismas no dependen de nosotros, contrariamente a     las representaciones que nos hacemos de ellas, las cuales obviamente no se darían sin nosotros, y  que en el mejor de los casos nos ayudan a relativizar la barrera que nos separa de las primeras. Las cosas, en suma,  tienen su ser y su devenir y seguirían teniéndolos,  aun en el caso de que no estuviéramos nosotros como testigos. Principio este de la independencia de las cosas en relación al pensar de las cosas, que lleva el nombre de realismo. Principio muchas veces puesto en tela de juicio en la historia de la filosofía,  aunque ha de quedar claro que no se pone en cuestión la apariencia del principio, es decir la diferencia entre la reductibilidad de nuestras representaciones y la irreductibilidad, la resistencia a nuestra subjetividad, de lo que tiene los caracteres de lo físico.

 


[1] Es casi obvio que el determinismo es dificilmente  compatible con el concepto de emergencia que nos ocupará aquí en su momento. A modo de avance,  y para calentar boca, voy a resumir una situación que desde luego resultará chocante. Consideremos múltiples copias de una partícula elemental (un conjunto de  electrones, o bien de neutrones, protones,  etcétera). Todas ellas  tienen las mismas propiedades intrínsecas,  y por consiguiente pueden ser consideradas idénticas. Ello puede extenderse también a una pluralidad de átomos idénticamente preparados,  según la jerga de los físicos. Se llama media vida ( half life) el tiempo  requerido para que una magnitud pierda la mitad de su valor. En   física la expresión se usa sobre todo para referirse a la desintegración radioactiva:  media vida es el tiempo requerido para que, dado un conjunto de átomos, la mitad de ellos se desintegre.. Sea pues un conjunto que ha sido preparado para tener una media vida -half life- de 30 minutos y consideremos dos de los átomos A B. Cuando hemos acabado la preparación podemos hablar en términos leibnizianos de que A B son indiscernibles, pues tal es el término para designar aquello que no es distinguible por ninguna nota intrínseca, de tal manera que su multiplicidad se explicaría sólo por las determinaciones espacio temporales, tal como lo entiende la mecánica clásica (veremos que con la cuántica ni siquiera esta vía está garantizada). Los dos átomos lo comparten todo, incluida la media vida del conjunto en que se inscriben. Esperamos pues a ver que pasa. Y puede perfectamente  pasar lo siguiente: el primero se desintegra a los 20 minutos y el segundo a los 45, es decir: siendo idénticas las circunstancias no hay identidad en el devenir (la media vida de 30 minutos se verifica para el conjunto, no para dos individuos) O en otros términos: la indiscernibilidad sincrónica (estaban preparados para decaer igualmente) se resuelve diacrónicamente: hay una diferencia entre ambos respecto al tiempo de la desintegración. ¿Cómo reaccionamos? Habrá dos maneras: una que intentará salvar el principio de determinismo, buscando la causa oculta,otra que sacrificará tal principio. Volveremos obviamente a este ejemplo y consideraremos asimismo otros que son problemáticos para los demás principios.  

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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